LLEGÓ á Pasajes Miguel, un viernes por la tarde. Al apearse del tren halló el esquife de Úrsula amarrado á la orilla. —Felices tardes, D. Miguel—le dijo la batelera, expresando en su rostro, cada vez más encendido por el alcohol, una alegría sincera.—Ya me pensaba que no le vería más... —¿Pues? —¡Qué sé yo!... eso de casarse lo entienden tan mal los hombres... Pues mire usted, señorito, aquí en el pueblo todos se han alegrado mucho al saber la noticia... Sólo algunas envidiosas no querían creerlo... ¡Jesucristo lo que voy á hacerlas rabiar esta noche! Voy á recorrer el pueblo diciendo que yo misma le he llevado á casa de D. Valentín. —Déjate de hacer rabiar á nadie—repuso el joven riendo—y aprieta un poco más á los remos
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