Sexo. Dije que mi próximo libro empezaría por esta palabra. No soy sexóloga, ni exprostituta, actriz porno o una adolescente que desafía las reglas para escandalizar a los adultos. Ni una mujer que acaba de separarse y ha decidido romper con todo, caiga quien caiga. Tampoco considero que sé más del sexo que las demás, ni he descubierto la rueda. No tengo ningún talento especial para el sexo, pero se me da bien y he resultado ser muy curiosa. De hecho, poseo una imaginación extraordinariamente sucia y no exagero si afirmo que precisamente por eso estoy en la mejor etapa de mi vida.
Todo esto me ha traído éxito y fracaso a partes iguales, y un buen modo de resumirlo parte de la anécdota de un amigo que vivió durante unos meses en Alemania: su compañero de piso le decía a menudo, con su sonrisa torcida, ignoriert diese chaos ist ignoriert dich auch («ignorar este caos es ignorarte a ti»). Mi provechoso caos: nunca he entendido qué significa eso de que el sexo es sucio, y a continuación añadir que lo deberías guardar para alguien a quien quieras mucho. Ni una cosa ni la otra, el sexo eres tú y tú te das a quién y cómo te apetece, y pase lo que pase, hagas lo que hagas, el guion sale adelante y está bien, cuanto sucede conviene si lo decides libremente. ¿Hacerlo más? ¿Hacerlo menos que quién?
¿Te atreverías a decirle a un pretendiente —con el que pretendes acostarte— en la primera cita que te gusta el sexo? ¿Se lo has dicho alguna vez a tu pareja de años? Pues eso, vamos a trabajar un pelín todo este asunto y... lo bien que sienta.
El objetivo es poder considerarlo y compartirlo con el mundo («¡Oye, mundo, me gusta el sexo!»), con la cabeza bien alta y los ojos sonrientes, como faceta completa y satisfactoria de la existencia: el sexo no sólo crea vida —«existo gracias al sexo de mis padres y voy a hablar con ellos de todo esto cuanto antes»—, sino que nos carga de energía positiva por los cuatro costados. ¿No te lo crees aún? En fin, a lo que íbamos: en cuanto puedas afirmar «me gusta el sexo» también te gustarás más. ¿Te parece poco?
Todo esto me ha traído éxito y fracaso a partes iguales, y un buen modo de resumirlo parte de la anécdota de un amigo que vivió durante unos meses en Alemania: su compañero de piso le decía a menudo, con su sonrisa torcida, ignoriert diese chaos ist ignoriert dich auch («ignorar este caos es ignorarte a ti»). Mi provechoso caos: nunca he entendido qué significa eso de que el sexo es sucio, y a continuación añadir que lo deberías guardar para alguien a quien quieras mucho. Ni una cosa ni la otra, el sexo eres tú y tú te das a quién y cómo te apetece, y pase lo que pase, hagas lo que hagas, el guion sale adelante y está bien, cuanto sucede conviene si lo decides libremente. ¿Hacerlo más? ¿Hacerlo menos que quién?
¿Te atreverías a decirle a un pretendiente —con el que pretendes acostarte— en la primera cita que te gusta el sexo? ¿Se lo has dicho alguna vez a tu pareja de años? Pues eso, vamos a trabajar un pelín todo este asunto y... lo bien que sienta.
El objetivo es poder considerarlo y compartirlo con el mundo («¡Oye, mundo, me gusta el sexo!»), con la cabeza bien alta y los ojos sonrientes, como faceta completa y satisfactoria de la existencia: el sexo no sólo crea vida —«existo gracias al sexo de mis padres y voy a hablar con ellos de todo esto cuanto antes»—, sino que nos carga de energía positiva por los cuatro costados. ¿No te lo crees aún? En fin, a lo que íbamos: en cuanto puedas afirmar «me gusta el sexo» también te gustarás más. ¿Te parece poco?