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    Metavida: Libro completo

    Por J. K. Vélez

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    Acerca de este libro electrónico

    Novela de ciencia ficción con un 0,001% de ciencia y el resto de ficción. Toques de drama y mucho humor. Fragmentos a continuación.

    (1) Edgar se despertó en la isla.
    Teniendo en cuenta que él lo que quería era entrar en la casa, encontrarse allí, en la arena, muerto de sed y molido, en vez de provocarle temor le hizo pensar simplemente que se habían equivocado de programa. Sentía todos sus huesos. Se sentía capaz de contarlos. Respiró durante un eterno minuto hasta que se sintió preparado para levantarse, y cuando al fin lo hizo, las piernas no lo sostuvieron y cayó de cara. Pudo poner las manos en el último momento, pero aún se le llenó la boca de arena.
    Lo último que recordaba era que aquellos dos tipos tan extraños, vestidos de negro, con toda la pinta de ser una versión agresiva de los Men in black, estaban a punto de darle una paliza. Luego ya no recordaba nada. Pero debían habérsela dado, y una buena, a juzgar por cómo se sentía. Y era un poco extraño que le dieran una paliza a un concursante. Pero había algo más. Sonia. No estaba con él. La había oído gritar, ahora lo recordaba. (1)


    (2) -¿Cómo te llamas? –le preguntó Edgar, buscando más gente a su alrededor pero sin ver a nadie.
    -¿Cómo quieres llamarme?
    -Me gustaría llamarte por tu nombre.
    -No tengo nombre.

    Edgar lo miró de hito en hito.

    -¿No tienes nombre?
    -No lo necesito.
    -Perdona. No lo necesitabas. Ahora estás hablando con alguien a quien le gusta llamar a la gente por su nombre.
    -Pues no tengo nombre.
    -Invéntate uno.
    -Bender.
    -¿Bender?
    -¿Te gusta?
    -¿Por qué Bender?
    -Porque te gusta.

    A Edgar ese nombre ni le gustaba ni le dejaba de gustar. Hasta que cayó en la cuenta.

    -Bender, de Futurama.
    -De Futurama.
    -Por eso dices que me gusta.

    Por imposible que pareciera el niño sonrió todavía más pero se las arregló para darle un tono serio a su siguiente pregunta:

    -¿Por qué eres distinto?
    -Diablos, tú eres el distinto. Me has leído el pensamiento. Eso no lo hace mucha gente, ¿sabes?
    -Necesitaba hablar de tu manera. ¿Te he ofendido?
    -No, por Dios. ¿Me estás diciendo que acabas de aprender a hablar, con eso… eso que me has hecho? (2)


    (3) En una celda fría y húmeda, Sonia había empezado a recobrar la consciencia. Los ojos le dolían una barbaridad. Eso fue lo primero que sintió, sus ojos. Aunque aún no podía abrirlos.
    Alguien cuidaba de ella. Alguien le estaba poniendo una almohada bajo la cabeza. Ahora le daba agua. Le parecía escuchar una voz amable, aunque no sonaba muy humana. Debía estar drogada.
    Allí olía mal. Olía a moho. Y a hospital. Olía a excrementos, también. Todo junto.
    Ahora empezaba a sentir más cosas. Sentía dolor. Y sentía algo extraño. En su cuerpo. Algo que no sólo eran drogas. Algo que luchaba por hacerse con el control, dentro de sus venas.
    Recordaba un pinchazo, pero no aquél que tan amablemente le habían obsequiado los hombres de negro, sino uno posterior. Quizá lo había soñado, no podía estar segura.
    No. Todo lo contrario. Claro que estaba segura. Era real. Dolía. Y algo intentaba adueñarse de su vida.
    Alguien le arañó la cara y le pidió perdón.
    Luego, alguien le hizo un corte en la mejilla y volvió a disculparse.
    A lo mejor, si ahora le sacaba un ojo, le compraría un chalet en Guadalix de la Sierra.
    Sentía la sangre manar de la herida, bajar rodando hasta su cuello.
    Le hicieron otro corte, y luego oyó una maldición. Luego, más disculpas.

    -Sólo intento que estés más cómoda, pero te voy a acabar matando. Mierda.


    (4) La extraña no sentía dolor, lo cual era más terrible todavía porque podía ser testigo de su propia muerte con todos los sentidos.
    Permaneció en el suelo, sollozando, casi diez minutos.
    No sabía si era una bendición o un castigo para ellos no sentir dolor. Estaba claro que el dolor físico había sido descartado de sus vidas por la mano del creador. Que sus cuerpos no podrían soportar los cambios a que eran sometidos, el crecimiento acelerado...
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