Cuando México se negó a vender el territorio nacional a mediados del siglo XIX, los embajadores estadounidenses abandonaron el escenario político para que este fuera ocupado por los militares. Se cambió el lenguaje de las palabras por el de las balas. De esta suerte fuimos despojados de praderas, llanuras, valles, ríos, litorales, riberas y cañadas, además de promisorias minas y yacimientos de toda naturaleza, con el agravante del traumatismo que padecimos diferentes generaciones hasta nuestros días. México, acosado a mordidas y puñaladas asestadas desde el exterior por corsarios modernos y, además, dividido en lo doméstico por las ambiciones y los egoísmos desmedidos de sus líderes, fue derrotado por una cadena de traiciones ejecutadas por militares, políticos y jerarcas católicos aliados, en secreto inconfesable, al invasor, y en ningún caso por inferioridad militar.
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