—Permítame aclarar, su señoría: los crímenes son atroces o agradables sólo por comparación. Si usted estuviera familiarizado con los detalles del precedente asesinato cometido por mi cliente, el de su tío, consideraría su última ofensa —si es que pudiera llamársele así— como algo en la naturaleza de un tierno dominio y de consideración filial, por los sentimientos de la víctima. La impresionante ferocidad del anterior crimen fue, ciertamente, incongruente con cualquier hipótesis, excepto la de la culpa. Si no hubiera sido por el hecho de que el honorable juez ante quien declaraba era el presidente de una compañía de seguros de vida, que corría sus riesgos al colgarlo —mi cliente contaba con una póliza—, sería difícil entender cómo lo hubieran absuelto de forma decente. Si su señoría quisiera, para tener instrucción y guía en la decisión que tome, este infortunado hombre, mi cliente, consentiría en relatar su crimen bajo juramento y soportar el dolor que ello le cause.
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