Segunda edición corregida y por tanto es la que recomiendo de una historia mezcla de realidad y ficción. La experiencia vivida como enfermera por Pepa, en Senegal, me llevó a pensar en hacer una novela, lo hice con su permiso y colaboración con lo que me contó.
Pepa hizo primero un viaje turístico por Senegal, para conocer el lugar al que pensaba ir a dar lo mejor de sí misma durante su mes de vacaciones. Desde entonces va todos los años y siempre lleva a alguien con ella, pediatras del hospital La Fe de Valencia, gente joven con ganas de prestar su ayuda desinteresada.
Yo también hice ese viaje, tal cual suelo viajar, es decir a través de internet visité los lugares que ella vio. Me documenté sobre Senegal, la historia y su realidad actual. Leí blogs de viajeros, de colaboradores de ONG como Pepa. En fin, traté de situarme en ese país y en el tiempo de la trata de esclavos. Cuando ya lo tuve me entró el miedo, no sabía cómo iniciar esa historia, no podía frivolizar con tanto dolor y miseria. Tanto fue así que aparqué el proyecto sin escribir una palabra. Mientras hice otra novela.
Pero un día me entero de que la señora Michelle Obama desciende de esclavos, fue el detonante para que me fuera a Hickory, Virginia, Estados Unidos. Por internet, por supuesto, y tal cual empecé con una protagonista afroamericana. Conforme iba avanzando en la historia me documentaba por lo que iba surgiendo, nada premeditado por otra parte, pero al final resultó bien y como si lo hubiese programado. Hasta el hecho de incluir al estado de Delaware es casual, pero perfecto para la historia. Aunque esto no es ningún mérito, me vino rodado.
Quizá alguien se sorprenda al leerla en la parte en que hablo del cultivo del tabaco, viene a cuento, la familia de Milton tiene una plantación. Pero no es ese el motivo por el que me he recreado en ello, sino porque en mi historia familiar (nada comparable a la de Milton) cultivábamos tabaco y me gustó recordarlo. Por supuesto me documenté en relación a ello, por ver si era diferente en Estados Unidos. Algo sí, pero en lo esencial no.
Mi Deuda con Senegal tiene su parte romántica y con ella todas las vivencias de Beth, la protagonista, son mera ficción. Hay una dosis de historia en cuanto a la esclavitud. Unos apuntes de la discriminación racial recientes. Lo relatado por Pepa, en cursiva, aunque también he añadido algo y dado un ligero toque literario, pero es real. El viaje turístico es bastante completo con detalles de las etnias, ciudades, parajes, incluso del muridismo. Eso es mezcla de lo aportado por Pepa y la documentación que hice.
Ya os he dado el cómo se escribió y el porqué. Toca ahora diga algo de la novela como tal. No es una novela sin más para entretener el ocio porque es dura, tanto por los hechos históricos como por la propia ficción. Duele, hace llorar, pero engancha y no te deja perder el interés hasta el final aun siendo previsible. Una historia en la que el amor es protagonista, como lo es el dolor. El personaje principal, Beth, es creíble, tan humano que parece real. Los hechos presentes son producto del pasado, leyes discriminatorias estuvieron vigentes en algunos estados hasta la década de los 60. La esclavitud fue una atrocidad y sus secuelas aún pueden palparse y así ocurre en lo relatado por Beth.
África, su gente, fue la víctima y sigue hoy sufriendo miseria, hambre, guerras y enfermedades. Las ONG tratan de aliviar parte de todo eso, es mucho lo que hacen, pero hay tanto por hacer. Todos tenemos una deuda con Senegal y el resto de países que sufrieron por la trata de esclavos.
Solo me queda por decir que vale la pena leerla, tanto si os gusta como si no podéis dar vuestra opinión, puedo estar equivocada.
Pepa hizo primero un viaje turístico por Senegal, para conocer el lugar al que pensaba ir a dar lo mejor de sí misma durante su mes de vacaciones. Desde entonces va todos los años y siempre lleva a alguien con ella, pediatras del hospital La Fe de Valencia, gente joven con ganas de prestar su ayuda desinteresada.
Yo también hice ese viaje, tal cual suelo viajar, es decir a través de internet visité los lugares que ella vio. Me documenté sobre Senegal, la historia y su realidad actual. Leí blogs de viajeros, de colaboradores de ONG como Pepa. En fin, traté de situarme en ese país y en el tiempo de la trata de esclavos. Cuando ya lo tuve me entró el miedo, no sabía cómo iniciar esa historia, no podía frivolizar con tanto dolor y miseria. Tanto fue así que aparqué el proyecto sin escribir una palabra. Mientras hice otra novela.
Pero un día me entero de que la señora Michelle Obama desciende de esclavos, fue el detonante para que me fuera a Hickory, Virginia, Estados Unidos. Por internet, por supuesto, y tal cual empecé con una protagonista afroamericana. Conforme iba avanzando en la historia me documentaba por lo que iba surgiendo, nada premeditado por otra parte, pero al final resultó bien y como si lo hubiese programado. Hasta el hecho de incluir al estado de Delaware es casual, pero perfecto para la historia. Aunque esto no es ningún mérito, me vino rodado.
Quizá alguien se sorprenda al leerla en la parte en que hablo del cultivo del tabaco, viene a cuento, la familia de Milton tiene una plantación. Pero no es ese el motivo por el que me he recreado en ello, sino porque en mi historia familiar (nada comparable a la de Milton) cultivábamos tabaco y me gustó recordarlo. Por supuesto me documenté en relación a ello, por ver si era diferente en Estados Unidos. Algo sí, pero en lo esencial no.
Mi Deuda con Senegal tiene su parte romántica y con ella todas las vivencias de Beth, la protagonista, son mera ficción. Hay una dosis de historia en cuanto a la esclavitud. Unos apuntes de la discriminación racial recientes. Lo relatado por Pepa, en cursiva, aunque también he añadido algo y dado un ligero toque literario, pero es real. El viaje turístico es bastante completo con detalles de las etnias, ciudades, parajes, incluso del muridismo. Eso es mezcla de lo aportado por Pepa y la documentación que hice.
Ya os he dado el cómo se escribió y el porqué. Toca ahora diga algo de la novela como tal. No es una novela sin más para entretener el ocio porque es dura, tanto por los hechos históricos como por la propia ficción. Duele, hace llorar, pero engancha y no te deja perder el interés hasta el final aun siendo previsible. Una historia en la que el amor es protagonista, como lo es el dolor. El personaje principal, Beth, es creíble, tan humano que parece real. Los hechos presentes son producto del pasado, leyes discriminatorias estuvieron vigentes en algunos estados hasta la década de los 60. La esclavitud fue una atrocidad y sus secuelas aún pueden palparse y así ocurre en lo relatado por Beth.
África, su gente, fue la víctima y sigue hoy sufriendo miseria, hambre, guerras y enfermedades. Las ONG tratan de aliviar parte de todo eso, es mucho lo que hacen, pero hay tanto por hacer. Todos tenemos una deuda con Senegal y el resto de países que sufrieron por la trata de esclavos.
Solo me queda por decir que vale la pena leerla, tanto si os gusta como si no podéis dar vuestra opinión, puedo estar equivocada.