Este es el segundo tomo y conclusión de la novela, "Mi Mesías: Una Novela de Redención".
Benjamín está en problemas. Se ha convertido en un ratero para ganar un poco más de dinero. Pero eso no es nada. Su vida está por cambiar radicalmente.
EN ESTE LIBRO...
Jerusalén.
Diez años después…
—No puedes dudar—le dije—. Cuando esté cerca, mátalo.
El muchacho frente a mí sudaba y la mano le temblaba un poco. Me daba un poco de lástima. Tenía la misma edad de cuando yo había comenzado. De eso ya hacía mucho tiempo, por lo menos en mi cabeza. En aquel tiempo el nervio, nauseas, y miedo eran casi insoportables, pero había aprendido a controlarlo. Sin duda, yo estaba bastante nervioso también, pero lo escondía como todos los zelotes lo hacíamos. Sólo había una persona que nunca parecía ponerse nerviosa: mi hermano.
—Él no va a dudar. Ni siquiera va a pensarlo, te intentará matar si le das la oportunidad, aunque sea la más mínima. Si tú titubeas a penas un poco, adiós. Tu indecisión es tu muerte. ¿Entendido?
—Sí—dijo el muchacho, y se sacudió con un escalofrío.
Era de noche. Estábamos dentro de la ciudad, al sur, no muy lejos de la muralla, a unas cuantas calles del estanque de Siloé. Era un callejón bastante angosto y oscuro porque las casas, amontonadas una encima de otra, hacían una pared alta que no dejaba entrar la luz de la luna. Unas escaleras junto al callejón subían a las casas que se encontraban en los segundos pisos, y allí, en la escalera, es donde dejaría al joven Kalev.
—Quédate sentado a mitad de la escalera, así no te verá si es que pasa, y puedes sorprenderlo por la espalda.
Kalev asintió.
—¿Tu sicae?
—Aquí—dijo apuntando a su cinturón.
—Excelente. Ánimo, muchacho—. Le di una palmada en el hombro.
Lo dejé en la oscuridad y me dirigí a mi puesto, no muy lejos de la escalera. Caminé por el callejón a menos de un tiro de piedra a un túnel que medía tan sólo unos cuantos pasos de longitud. Aunque no era un túnel largo, estaba completamente oscuro de modo que no podía ni siquiera ver mi mano aunque la pusiera frente a mí. Me paré en medio del túnel y escuché una rata chillar asustada. Odiaba las ratas (¿quién no?), pero en ese momento no me importaba. Allí, en la oscuridad, donde nadie me podía ver, comencé a sentir intensos escalofríos. El sudor helado me bajaba por la frente. Cerré los ojos e intenté calmarme, sobre todo para controlar mi respiración ya que no quería que ella me delatara, ni siquiera segundos antes de encontrarme con el objetivo.
Benjamín está en problemas. Se ha convertido en un ratero para ganar un poco más de dinero. Pero eso no es nada. Su vida está por cambiar radicalmente.
EN ESTE LIBRO...
Jerusalén.
Diez años después…
—No puedes dudar—le dije—. Cuando esté cerca, mátalo.
El muchacho frente a mí sudaba y la mano le temblaba un poco. Me daba un poco de lástima. Tenía la misma edad de cuando yo había comenzado. De eso ya hacía mucho tiempo, por lo menos en mi cabeza. En aquel tiempo el nervio, nauseas, y miedo eran casi insoportables, pero había aprendido a controlarlo. Sin duda, yo estaba bastante nervioso también, pero lo escondía como todos los zelotes lo hacíamos. Sólo había una persona que nunca parecía ponerse nerviosa: mi hermano.
—Él no va a dudar. Ni siquiera va a pensarlo, te intentará matar si le das la oportunidad, aunque sea la más mínima. Si tú titubeas a penas un poco, adiós. Tu indecisión es tu muerte. ¿Entendido?
—Sí—dijo el muchacho, y se sacudió con un escalofrío.
Era de noche. Estábamos dentro de la ciudad, al sur, no muy lejos de la muralla, a unas cuantas calles del estanque de Siloé. Era un callejón bastante angosto y oscuro porque las casas, amontonadas una encima de otra, hacían una pared alta que no dejaba entrar la luz de la luna. Unas escaleras junto al callejón subían a las casas que se encontraban en los segundos pisos, y allí, en la escalera, es donde dejaría al joven Kalev.
—Quédate sentado a mitad de la escalera, así no te verá si es que pasa, y puedes sorprenderlo por la espalda.
Kalev asintió.
—¿Tu sicae?
—Aquí—dijo apuntando a su cinturón.
—Excelente. Ánimo, muchacho—. Le di una palmada en el hombro.
Lo dejé en la oscuridad y me dirigí a mi puesto, no muy lejos de la escalera. Caminé por el callejón a menos de un tiro de piedra a un túnel que medía tan sólo unos cuantos pasos de longitud. Aunque no era un túnel largo, estaba completamente oscuro de modo que no podía ni siquiera ver mi mano aunque la pusiera frente a mí. Me paré en medio del túnel y escuché una rata chillar asustada. Odiaba las ratas (¿quién no?), pero en ese momento no me importaba. Allí, en la oscuridad, donde nadie me podía ver, comencé a sentir intensos escalofríos. El sudor helado me bajaba por la frente. Cerré los ojos e intenté calmarme, sobre todo para controlar mi respiración ya que no quería que ella me delatara, ni siquiera segundos antes de encontrarme con el objetivo.