Y es por ese motivo que los capitanes tienen un camarote para ellos solos: para que puedan llorar sin que nadie les vea.
Finales de 1938. Tras la cruel Batalla del Ebro, casi cautivo y desarmado el Ejército Rojo, ¿han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares? Aún no. Derrotados pero no vencidos, los valientes marinos mercantes republicanos siguen zarpando, sabiendo que lo que transportan en sus bodegas es mucho más valioso que el pan y la munición: llevan esperanza. Ya solo se lucha por evitar ser completamente aplastados, para intentar negociar que después de la guerra venga la paz y no la total destrucción, una paz que es una cosa que tiene que hacerse con los enemigos, y no con los amigos.
Esta guerra ha hecho madurar deprisa al teniente de navío Víctor de Loreto. Ya no es el casi niño con la tinta aún fresca en el título que se vio obligado a decidir la suerte de sus hombres en Submarino B-7, ni siquiera el oficial ya curtido que en Babor y Estribor compartirá el destino de los acorazados España y Jaime I. Víctor ya es comandante, dios solo debajo de Dios, y solo porque este es más antiguo en el escalafón, como dicen los viejos nostramos.
Al mando de un viejo mercante oxidado que solo flota por la fuerza de la costumbre, con una dotación que lleva ya demasiados años navegando, demasiados mares, se le ordenará cazar y destruir al Capitán, así con mayúscula, al maestro de sus maestros. Y Víctor puede dudar de muchas cosas, pero sabe bien que una orden es una orden y una guerra, una guerra. Mientras tanto su ya prometida, la regidora nacional de la Sección Femenina Marga Llauró, debe tomar una decisión que puede poner fin a la guerra, pero también condenar a su amado.
Mi única patria la mar completa la trilogía Buena gente en una mala guerra y recrea la cruel y desconocida lucha que libraron unas marinas mercantes contra corsarios que intentaban estrangular el vital tráfico enemigo durante nuestra Guerra Civil, hermano contra hermano, padre contra hijo, en una mar que si usted ha probado sabrá que es amarga, hecha de lágrimas. Todos los marinos del mundo son y deben ser hermanos en el corazón, aunque sean enemigos en la bandera.
Finales de 1938. Tras la cruel Batalla del Ebro, casi cautivo y desarmado el Ejército Rojo, ¿han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares? Aún no. Derrotados pero no vencidos, los valientes marinos mercantes republicanos siguen zarpando, sabiendo que lo que transportan en sus bodegas es mucho más valioso que el pan y la munición: llevan esperanza. Ya solo se lucha por evitar ser completamente aplastados, para intentar negociar que después de la guerra venga la paz y no la total destrucción, una paz que es una cosa que tiene que hacerse con los enemigos, y no con los amigos.
Esta guerra ha hecho madurar deprisa al teniente de navío Víctor de Loreto. Ya no es el casi niño con la tinta aún fresca en el título que se vio obligado a decidir la suerte de sus hombres en Submarino B-7, ni siquiera el oficial ya curtido que en Babor y Estribor compartirá el destino de los acorazados España y Jaime I. Víctor ya es comandante, dios solo debajo de Dios, y solo porque este es más antiguo en el escalafón, como dicen los viejos nostramos.
Al mando de un viejo mercante oxidado que solo flota por la fuerza de la costumbre, con una dotación que lleva ya demasiados años navegando, demasiados mares, se le ordenará cazar y destruir al Capitán, así con mayúscula, al maestro de sus maestros. Y Víctor puede dudar de muchas cosas, pero sabe bien que una orden es una orden y una guerra, una guerra. Mientras tanto su ya prometida, la regidora nacional de la Sección Femenina Marga Llauró, debe tomar una decisión que puede poner fin a la guerra, pero también condenar a su amado.
Mi única patria la mar completa la trilogía Buena gente en una mala guerra y recrea la cruel y desconocida lucha que libraron unas marinas mercantes contra corsarios que intentaban estrangular el vital tráfico enemigo durante nuestra Guerra Civil, hermano contra hermano, padre contra hijo, en una mar que si usted ha probado sabrá que es amarga, hecha de lágrimas. Todos los marinos del mundo son y deben ser hermanos en el corazón, aunque sean enemigos en la bandera.