El trabajo adopta, desde un principio y de forma voluntaria la forma de ensayo, un lenguaje coloquial y un cierto sentido de la ironía y el humor que, confío, haga más agradable la lectura. Pretende ser un trabajo serio y honesto aunque no tenga en ningún momento el envoltorio científico o supuestamente científico. Hace tiempo que creo que las ciencias sociales, como todas las ciencias o como la Ciencia en general deben ayudarnos a entender el porqué de las cosas y, en este sentido, este ensayo no es una excepción. Ojalá que alcance sus objetivos. La redacción en castellano obedece a la voluntad de máxima difusión posible, objetivo más difícil de alcanzar si hubiera utilizado el catalán como lengua vehicular.
En cuanto a la estructura del libro, éste tiene tres bloques claramente diferenciados. El primero desarrolla el marco en su cuádruple faceta de periodos, datos, causas y consecuencias. El segundo profundiza en las venturas y desventuras del capital inmobiliario del periodo 1960 - 2011 aunque hay alguna incursión en la historia precedente de la posguerra. En el tercero y bajo el título Contra el olvido se realizan algunas reflexiones necesarias sobre metodología y vivencia de la historia y se pasa revista (documentada) a hechos y procesos que han determinado de forma singular el presente y que, sin entrar en el resbaladizo tema de la historia contrafactual, se podría decir de forma coloquial que quizá hubiera sido deseable haber tomado otros derroteros. Por último, en el capítulo de Anexos se ofrecen al lector algunas informaciones de interés que por su extensión hubieran hecho excesivamente farragosa la redacción de no haber optado por segregarlas del hilo conductor e incluirlas en el anexo documental.
Sólo resta una explicación del título del trabajo. La expresión Mis queridos promotores quiere reivindicar el sentido del humor y la ironía y, al mismo tiempo, aportar la máxima dosis de luz y taquígrafos con la pretensión de poner blanco sobre negro, de disipar la niebla y de entender mejor el proceso. Todo ello compatible con la libre opinión del autor (razonada, eso sí, siempre) sobre el proceder de gobernantes y agentes inmobiliarios, en innegable connivencia en muchos de los periodos analizados. Unos y otros (incluidos los arquitectos) tienen una indudable responsabilidad histórica en la construcción de una ciudad que deja mucho que desear desde la perspectiva del hábitat construido y de la apropiación privada de plusvalías que deberían haber vuelto a la sociedad en mucha mayor medida. Pero la opinión y el juicio son, fundamentalmente, materia del lector.
El libro tiene como subtítulo Valencia 1940-2011: construcción y destrucción de la ciudad y ello requiere también una pequeña explicación. En estos sesenta años la ciudad ha cambiado de forma radical (mucho más que en el siglo precedente). Ha aumentado el radio, se ha construido la mayor parte del stock de viviendas existente, la población ha crecido en más de 300.000 personas, el área metropolitana se ha consolidado y ha incorporado nuevos territorios. Las infraestructuras y servicios se han multiplicado. Y todo ello ha sido el resultado de un proceso de construcción-destrucción. Se podría hacer con facilidad el símil biológico e incluso acudir a aquello de la destrucción creativa. Es cierto que la ciudad -todas las ciudades- se construyen sobre sus ruinas y hay que dar gracias de ello pues lo contrario sólo testimonia la parálisis. Hay no obstante un pero: la ciudad construida y que, a buen seguro el paso del tiempo modificará, no necesariamente tiene porque ser motivo de orgullo. Ha habido destrucción, física y de la memoria histórica, no siempre necesaria y justificada y los nuevos tejidos urbanos y sociales con los que nos toca lidiar no son precisamente una bicoca más allá de la cansina y demagógica propaganda oficial. Eso sí, es lo que hay. Por eso el subtítulo de construcción y destrucción del espacio urbano debe entenderse en sus términos.
En cuanto a la estructura del libro, éste tiene tres bloques claramente diferenciados. El primero desarrolla el marco en su cuádruple faceta de periodos, datos, causas y consecuencias. El segundo profundiza en las venturas y desventuras del capital inmobiliario del periodo 1960 - 2011 aunque hay alguna incursión en la historia precedente de la posguerra. En el tercero y bajo el título Contra el olvido se realizan algunas reflexiones necesarias sobre metodología y vivencia de la historia y se pasa revista (documentada) a hechos y procesos que han determinado de forma singular el presente y que, sin entrar en el resbaladizo tema de la historia contrafactual, se podría decir de forma coloquial que quizá hubiera sido deseable haber tomado otros derroteros. Por último, en el capítulo de Anexos se ofrecen al lector algunas informaciones de interés que por su extensión hubieran hecho excesivamente farragosa la redacción de no haber optado por segregarlas del hilo conductor e incluirlas en el anexo documental.
Sólo resta una explicación del título del trabajo. La expresión Mis queridos promotores quiere reivindicar el sentido del humor y la ironía y, al mismo tiempo, aportar la máxima dosis de luz y taquígrafos con la pretensión de poner blanco sobre negro, de disipar la niebla y de entender mejor el proceso. Todo ello compatible con la libre opinión del autor (razonada, eso sí, siempre) sobre el proceder de gobernantes y agentes inmobiliarios, en innegable connivencia en muchos de los periodos analizados. Unos y otros (incluidos los arquitectos) tienen una indudable responsabilidad histórica en la construcción de una ciudad que deja mucho que desear desde la perspectiva del hábitat construido y de la apropiación privada de plusvalías que deberían haber vuelto a la sociedad en mucha mayor medida. Pero la opinión y el juicio son, fundamentalmente, materia del lector.
El libro tiene como subtítulo Valencia 1940-2011: construcción y destrucción de la ciudad y ello requiere también una pequeña explicación. En estos sesenta años la ciudad ha cambiado de forma radical (mucho más que en el siglo precedente). Ha aumentado el radio, se ha construido la mayor parte del stock de viviendas existente, la población ha crecido en más de 300.000 personas, el área metropolitana se ha consolidado y ha incorporado nuevos territorios. Las infraestructuras y servicios se han multiplicado. Y todo ello ha sido el resultado de un proceso de construcción-destrucción. Se podría hacer con facilidad el símil biológico e incluso acudir a aquello de la destrucción creativa. Es cierto que la ciudad -todas las ciudades- se construyen sobre sus ruinas y hay que dar gracias de ello pues lo contrario sólo testimonia la parálisis. Hay no obstante un pero: la ciudad construida y que, a buen seguro el paso del tiempo modificará, no necesariamente tiene porque ser motivo de orgullo. Ha habido destrucción, física y de la memoria histórica, no siempre necesaria y justificada y los nuevos tejidos urbanos y sociales con los que nos toca lidiar no son precisamente una bicoca más allá de la cansina y demagógica propaganda oficial. Eso sí, es lo que hay. Por eso el subtítulo de construcción y destrucción del espacio urbano debe entenderse en sus términos.