Don Álvaro del Portillo (1914-1994) es una personalidad notable en la vida de la Iglesia por dos motivos principales: por haber sido el primer sucesor del Fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá de Balaguer, y por su larga y prestigiosa labor jurídica y teológica en varios e importantes dominios: en el Concilio Vaticano II, como Secretario de la Comisión que llevó a cabo el Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros; y en la Santa Sede, como Consultor de diversas Congregaciones y particularmente como miembro de la Comisión para la reforma del Código de Derecho Canónico. Presidente General del Opus Dei y Prelado (desde 1983) durante más de 18 años y Obispo ordenado por Juan Pablo II, recorrió el mundo llevando a cabo una intensa labor pastoral.
Lo que llama particularmente la atención del autor respecto de don Álvaro es la armonía de dos facetas supuestamente antagónicas; una inmensa y afabilísima bondad y una indómita energía. Quien trató alguna vez con don Álvaro recordará siempre su semblante sonriente y bondadoso, la serenidad y la amabilidad en persona. Su mirada límpida, azul transparente, profunda, inteligente, atenta... Una mirada que nos hacía sentir muy cerca de Dios pero, al mismo tiempo, una mirada firme, de caminante seguro de sus pasos, junto al cual hemos de aprestar los nuestros para poder acompañarle.
Lo que llama particularmente la atención del autor respecto de don Álvaro es la armonía de dos facetas supuestamente antagónicas; una inmensa y afabilísima bondad y una indómita energía. Quien trató alguna vez con don Álvaro recordará siempre su semblante sonriente y bondadoso, la serenidad y la amabilidad en persona. Su mirada límpida, azul transparente, profunda, inteligente, atenta... Una mirada que nos hacía sentir muy cerca de Dios pero, al mismo tiempo, una mirada firme, de caminante seguro de sus pasos, junto al cual hemos de aprestar los nuestros para poder acompañarle.