MOBY DICK. La espeluznante sombra del Leviatán del Libro bíblico de Job navega constantemente bajo las aguas de los océanos de Moby Dick, identificándose con la mítica ballena hasta componer una única representación del terror absoluto e ilimitado. “¿Puedes tú sacar a Leviatán con un anzuelo, o con una cuerda mantener su lengua abatida? ¿Puedes poner un junco en sus narices, o con una espina perforar sus mandíbulas....? ¿Jugarás con él como si fuera un pájaro...? Ante su sola vista se echan a tierra... ¿Quién entrará en su doble fila de dientes? ¿Quién ha abierto las puertas de su rostro?” Así habla Jehová de su terrible criatura, con claros matices del indisimulado orgullo de un padre. Leviatán es, en efecto, el desaforado poder de Dios, manifestado en la naturaleza ciega, con la que el hombre, simbolizado por el empecinado capitán Ahab, debe mantener una lucha a muerte hasta el final de los tiempos. Los terremotos que desarraigan los montes y muestran los huesos de tierra, los diluvios universales que sepultan bajo las aguas el mundo, las epidemias que asolan los pueblos, se ofrecen a la vista del hombre como para que sienta el vértigo del infinito poder de Dios y le tema. Esa parece ser la lección del Libro de Job, porque no hay sabiduría sino en el temor de Dios, se nos afirma repetidamente en los textos bíblicos. El hombre y el Leviatán, dos semillas legítimas, los dos filos de la misma espada, Caín y Abel, el bien y el mal, para asumir entre ambas la inexorable dinámica de la historia.
Herman Melville, marino él mismo, debió conocer el relato del naufragio del ballenero Essex, en 1820, como consecuencia del encuentro con un enorme cachalote blanco en las aguas de América del Sur, escrito por Owen Chase, uno de los marinos sobrevivientes, así como los testimonios de la presencia de un animal semejante, que atacaba a los navíos, en las cercanías de la isla chilena de Mocha, allá por los años 1830. En su libro, Ismael sobrevive igualmente al desastre culminante para contarnos el dramático final del capitán Ahab y del resto de la tripulación.
La novela despliega pues un relato realista de la actividad de los barcos balleneros a mediados del siglo XIX, que vive entonces su edad de oro, pues el aceite extraído del cetáceo no tenía su equivalente en el alumbrado y en la lubrificación de las máquinas. No obstante, imbricado en él, transmite una dimensión simbólica del hombre como un ser envuelto en una permanente guerra con su personal e intransferible Moby Dick.
Herman Melville, marino él mismo, debió conocer el relato del naufragio del ballenero Essex, en 1820, como consecuencia del encuentro con un enorme cachalote blanco en las aguas de América del Sur, escrito por Owen Chase, uno de los marinos sobrevivientes, así como los testimonios de la presencia de un animal semejante, que atacaba a los navíos, en las cercanías de la isla chilena de Mocha, allá por los años 1830. En su libro, Ismael sobrevive igualmente al desastre culminante para contarnos el dramático final del capitán Ahab y del resto de la tripulación.
La novela despliega pues un relato realista de la actividad de los barcos balleneros a mediados del siglo XIX, que vive entonces su edad de oro, pues el aceite extraído del cetáceo no tenía su equivalente en el alumbrado y en la lubrificación de las máquinas. No obstante, imbricado en él, transmite una dimensión simbólica del hombre como un ser envuelto en una permanente guerra con su personal e intransferible Moby Dick.