La modestia es un asunto controvertido. No importa en qué forma lo encare el siervo de Dios, los que lo escuchen lo juzgarán legalista o libertario. Es inevitable. Hablar contra la moda actual y las tendencias populares es siem-pre difícil y costoso para el siervo de Dios. Sin embargo, Dios lo ha llamado a seguir un rumbo que lo conduce por designio divino hacia una colisión frontal con el pensamiento y las costumbres del mundo. Vincent Alsop dijo cierta vez que el hombre debe tener “un espíritu muy fuerte para atreverse a cruzar el arroyo o a detener la corriente del lujo y la ostentación. De modo que, intervenir en este desagradecido debate, es incluirse en el destino de Ismael: que la mano de todos los hombres se levanten contra él; puesto que es inevitable que su mano se enfrente contra la mayoría [cf. Génesis 16:12]” . Esto ciertamente tiene aplicación en el espinoso asunto de la modestia. Sin duda que cuando lleguemos al final de este estudio, algunos pensarán que soy un liberal sin carácter, y para otros seré tan solo otra ola de legalismo que azota las riberas de la libertad cristiana.
Mi objetivo, no obstante, no es la controversia. Mi deseo es únicamente glorificar al Señor Jesucristo y estimular a su pueblo al amor y a las buenas obras (cf. Hebreos 10:24). Sin embargo, puesto que la controversia es inelu-dible en esta materia, seguiré esta norma: “[El amor] nos brinda una regla segura: Seamos más estrictos con nosotros mismos y más tolerantes con los demás. La regla para nuestra propia conversación debe ser muy estricta, pero la que usamos para censurar a otros estará más bien entre las más in-dulgentes”.
Hace varios cientos de años, mientras luchaba con una gran controver-sia, el gran Samuel Bolton dijo: “Mi objetivo primordial es convencer al juicio de que no irrite a los afectos, no sea que buscando ayudar a la gracia, pueda estar sirviendo al pecado, y que pretendiendo conducir a los hombres a la santidad, llegue a suscitar sus corrupciones, y de ese modo corra en vano. Mi deseo más ardiente es que lo que aquí resulta obvio a nuestros ojos, el Dios de la verdad lo haga evidente para el corazón, y que nos conceda discernimiento a mis lectores y a mí, para ser capaces de distinguir entre las cosas que difieren entre sí”.
¡Este es también el deseo que arde dentro de mi corazón! Así pues, mi motivación es el amor a Cristo y a su pueblo, y mi meta es la edificación en la verdad de Dios. Ruego al lector que me perdone por cualquier punto en el que no logre alcanzar alguno de estos objetivos. Que el Señor Jesucristo reciba toda la gloria por todo lo que haya de bueno en esta obra, y que sus hijos puedan beneficiarse de ello. Todas las deficiencias que puedan encon-trarse son mías, y oro para que el lector rechace enseguida cualquier error contenido en este libro…
Mi objetivo, no obstante, no es la controversia. Mi deseo es únicamente glorificar al Señor Jesucristo y estimular a su pueblo al amor y a las buenas obras (cf. Hebreos 10:24). Sin embargo, puesto que la controversia es inelu-dible en esta materia, seguiré esta norma: “[El amor] nos brinda una regla segura: Seamos más estrictos con nosotros mismos y más tolerantes con los demás. La regla para nuestra propia conversación debe ser muy estricta, pero la que usamos para censurar a otros estará más bien entre las más in-dulgentes”.
Hace varios cientos de años, mientras luchaba con una gran controver-sia, el gran Samuel Bolton dijo: “Mi objetivo primordial es convencer al juicio de que no irrite a los afectos, no sea que buscando ayudar a la gracia, pueda estar sirviendo al pecado, y que pretendiendo conducir a los hombres a la santidad, llegue a suscitar sus corrupciones, y de ese modo corra en vano. Mi deseo más ardiente es que lo que aquí resulta obvio a nuestros ojos, el Dios de la verdad lo haga evidente para el corazón, y que nos conceda discernimiento a mis lectores y a mí, para ser capaces de distinguir entre las cosas que difieren entre sí”.
¡Este es también el deseo que arde dentro de mi corazón! Así pues, mi motivación es el amor a Cristo y a su pueblo, y mi meta es la edificación en la verdad de Dios. Ruego al lector que me perdone por cualquier punto en el que no logre alcanzar alguno de estos objetivos. Que el Señor Jesucristo reciba toda la gloria por todo lo que haya de bueno en esta obra, y que sus hijos puedan beneficiarse de ello. Todas las deficiencias que puedan encon-trarse son mías, y oro para que el lector rechace enseguida cualquier error contenido en este libro…