La elección de sepultura en catedrales, conventos e iglesias fue habitual durante la Baja Edad Media para los reyes, nobles, miles Christi, eclesiásticos y personas muy cercanas a ellos, en su anhelo por alcanzar la salvación, distinguirse socialmente del resto y lograr la fama póstuma. Dentro de esos recintos sagrados existía una jerarquización espacial, aunque la opción predominante fue la adquisición de una capilla privada, que no dificultaba la celebración de los oficios religiosos y permitía a los más pudientes hacer gala de su poder y religiosidad llegando a intentar superar los panteones de sus contemporáneos.
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