Cuando entramos en una exposición, del tipo que sea, solemos ir bien equipados: gafas de bucear, botella de oxígeno y, al final, caña de pescar. Dentro del océano de ideas desmenuzadas, incluso destrozadas, aguantamos la respiración unos minutos para captar el máximo de detalles que puedan encajar en nuestro concepto de realidad. La historia del cuadro debe cuadrar, o entramos en pánico, en la inestabilidad. Nos hundimos. Adaptar la obra a nuestro criterio y no al revés, es un proceso asumido por algunos como una natural thing (algo natural).
Y precisamente así se llama la exposición de Rubén Fresneda, Natural Things, que pretende, sin embargo, dar una versión un poco diferente de esta teoría. Cuando una obra como la suya nace de la destrucción, de la síntesis de la realidad, de lo abstracto, es poderosa. Nos cautiva y tiene la primera palabra. Porque nos descompone y nos desnuda devolviéndonos la mirada, como por efecto picassiano. Y aunque, en última instancia, las asociaciones continúan deduciéndose de manera racional y volvemos a la realidad, los sentidos han podido viajar, desbordados y despechados, por unos segundos. El juego es el siguiente: (realidad), abstracción, (realidad).
Decidimos jugar con Fresneda y entramos en la sala. La muestra se divide en dos partes, según la clasificación mental: a un lado, sinestesia pura y dura: a la otra, paisajes. Objetivamente, unos lienzos en vertical al óleo, llenos de difuminados, también de contrastes, con una línea horizontal tajante como protagonista. El primero es un viaje delicado a través de los sentidos. ¿Cuántas veces hemos observado un cuadro y nos han entrado ganas de probarlo, o hemos captado su olor? Esto nos pasa ahora. Fresneda hace cosquillas a los instintos mediante trabajos como Sandía o Cerveza. En el caso de los paisajes, nos capta especialmente La noche en rosa, inspirado en el momento posterior a una nevada, o el llamado Sin título (con el agua hasta el cuello).
El joven artista asegura que Kandinsky, Rothko y Eusebio Sempere son sus tres intocables. Admite que utiliza la figuración solamente cuando se cabrea, que la aburrió hace tiempo. Ahora apuesta por un trabajo cromático, por una pincelada discreta, que no deja rastro. Su trabajo es un ejemplo del poder de lo implícito. Con su trazo, nos lleva por donde quiere, controlando nuestra imaginación sin complicarnos en exceso y empujando a dar el salto porque saltamos sobre una base real, finalmente. Sin parafernalias, sin adornos innecesarios. Abstractamente pero, a la vez demostrando que un cuadro no figurativo también se puede comer.
Y precisamente así se llama la exposición de Rubén Fresneda, Natural Things, que pretende, sin embargo, dar una versión un poco diferente de esta teoría. Cuando una obra como la suya nace de la destrucción, de la síntesis de la realidad, de lo abstracto, es poderosa. Nos cautiva y tiene la primera palabra. Porque nos descompone y nos desnuda devolviéndonos la mirada, como por efecto picassiano. Y aunque, en última instancia, las asociaciones continúan deduciéndose de manera racional y volvemos a la realidad, los sentidos han podido viajar, desbordados y despechados, por unos segundos. El juego es el siguiente: (realidad), abstracción, (realidad).
Decidimos jugar con Fresneda y entramos en la sala. La muestra se divide en dos partes, según la clasificación mental: a un lado, sinestesia pura y dura: a la otra, paisajes. Objetivamente, unos lienzos en vertical al óleo, llenos de difuminados, también de contrastes, con una línea horizontal tajante como protagonista. El primero es un viaje delicado a través de los sentidos. ¿Cuántas veces hemos observado un cuadro y nos han entrado ganas de probarlo, o hemos captado su olor? Esto nos pasa ahora. Fresneda hace cosquillas a los instintos mediante trabajos como Sandía o Cerveza. En el caso de los paisajes, nos capta especialmente La noche en rosa, inspirado en el momento posterior a una nevada, o el llamado Sin título (con el agua hasta el cuello).
El joven artista asegura que Kandinsky, Rothko y Eusebio Sempere son sus tres intocables. Admite que utiliza la figuración solamente cuando se cabrea, que la aburrió hace tiempo. Ahora apuesta por un trabajo cromático, por una pincelada discreta, que no deja rastro. Su trabajo es un ejemplo del poder de lo implícito. Con su trazo, nos lleva por donde quiere, controlando nuestra imaginación sin complicarnos en exceso y empujando a dar el salto porque saltamos sobre una base real, finalmente. Sin parafernalias, sin adornos innecesarios. Abstractamente pero, a la vez demostrando que un cuadro no figurativo también se puede comer.