¿Quién no ha oído hablar de la apasionante vida de Nerón, de sus excentricidades, sus fobias, sus crímenes y sus orgías; de la tenebrosa e incestuosa relación con su madre, Agripina, a la que acabará asesinando; de sus tres mujeres, Octavia, Popea y Mesalina y los violentos finales de cada una de ellas; de las relaciones con sus siervos, criados y amantes; de su correrías por Roma y sus crueles atrocidades; sus composiciones musicales y sus propias e insufribles interpretaciones; del incendio de Roma, la cruel matanza de cristianos y el colosal proyecto de su dorado palacio, su famosa domus áurea; o del triste destino de muchos afamados miembros de su séquito; de los provocados suicidios de Séneca, Anneo Lucano o Petronio… o, en fin, de su propia muerte? Pues bien, todo está "en" y todo parte "de" Tácito y Suetonio. ¿Por qué conformarnos con sucedáneos teniendo a mano los originales?
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