La escapada anual de Jodie y sus amigas Hannah, Corrine y Louise no parece haber empezado con buen pie. Todo un año esperando a dejar por unos días a sus respectivas familias para que, a las primeras de cambio, un conductor las eche de la carretera; después, el taxi y la grúa se retrasan demasiado mientras ellas aguardan a la intemperie en la oscuridad; y para rematarlo, después de que el ex policía Matt Wiseman las lleve por fin al pueblo, Jodie sufre un intento de acoso en un bar por parte del tipo menos recomendable del lugar. Así que no es de extrañar que cuando por fin llegan al coqueto granero rehabilitado en el que pasarán el fin semana, Jodie esté de un humor de perros. Su desasosiego pronto se verá acrecentado por algo más, algo que procede de la misma casa, tan alejada de la civilización, y cuyo peligro ella parece ser la única en percibir. Siendo joven, Jodie fue víctima de una agresión, y desde entonces a menudo ha mostrado una actitud casi paranoica ante cualquier cosa que se salga de lo habitual, por lo que no es de extrañar que sus amigas no hagan mucho caso de sus recelos. Pero en esta ocasión Jodie tiene miedo, un miedo cerval. Sabe que las están vigilando que, oculto y en silencio, alguien aguarda: un depredador que sólo está esperando la ocasión propicia para darles caza.
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