«El mundo», advierte Hessel, «puede perecer por la injusticia social y económica, o por la injusticia ecológica. O por ambas. No podemos permitirlo». Y añade: «Vosotros, españoles, en tanto que profundamente europeos y mediterráneos, lleváis con vosotros un formidable patrimonio. Estad orgullosos. Manteneos fieles a Europa y defended sus valores, para evitar que el mundo se estrelle. ¡Sed ambiciosos! ¡No os rindáis!». Así concluye el testamento político de Stéphane Hessel, escrito en los últimos meses para los lectores españoles y, desde España, para el mundo. El veterano resistente, heraldo de los indignados, condensa aquí su llamada a levantarse y a combatir por todo aquello que «está hoy amenazado por el poder insolente del dinero y la dictadura de los mercados». Con lucidez y con la sabiduría que le otorgaba haber sido testigo y actor de primera línea en el convulso siglo XX, Hessel lanza un ferviente llamamiento a no ceder ante la fatalidad, a comprometerse y actuar, convencido de que «la vía de la revolución, de las ideologías totalitarias, no conduce a ninguna parte», que es preciso «recobrar el apetito de la política, porque sin política no puede haber progreso» y que «Europa es nuestro único futuro», una Europa «fuerte, sólida, federal» que «seguirá siendo el resultado de la cooperación entre Estados y no una Europa de las regiones como algunos han pensado». El testamento político de Hessel, la voz que dio nombre a los indignados.
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