Una tarde de domingo. Un café emblemático repleto de gente. Una mesa ocupada por una mujer. Un hombre que le pregunta si puede sentarse en una silla libre que hay junto a ella. Y, una vez sentado, el desprevenido interlocutor se encuentra envuelto en un torrente de palabras, en una suerte de catarsis de su desconocida y ocasional compañera de mesa que, de manera desgarrada a veces, liviana y jocosa otras, lo envuelve con su monólogo para ir, página tras página, analizando, con la precisión y rigor de un médico forense, la condición existencial de aquellos que no caben en esta sociedad, como indica el grito que da título a la novela.
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