Podría clasificarse, por sus personajes y por sus contornos exteriores, entre las comedias de capa y espada; pero su tono más serio, casi sentimental, y su argumento, la separan evidentemente de las demás producciones de esta clase. Don Carlos, amante de Doña Leonor de Lara, encuentra de noche un hombre en el aposento de su dama, tomándolo por su rival equivocadamente, y, bajo el imperio de otras diversas circunstancias, le da muerte impulsado por sus celos. Para salvar el honor de su amada, se la lleva consigo y la protege, considerándola culpable, y sin prestar atención alguna á sus protestas de inocencia. Un concurso de muchas concausas, y una acción accesoria enlazada hábilmente con la principal, contribuyen á aumentar más y más las sospechas de Carlos, y casi á inspirar dudas á los espectadores, hasta que al fin aparece la verdad en todo su esplendor, y Carlos se convence de que Leonor le ha sido siempre fiel. Si nos admira en este drama el desarrollo de la fábula, por el ingenio delicado de su autor, no nos encanta menos su argumento principal por los caracteres de Don Carlos y de Leonor, trazados con tanta fuerza como gracia: el del uno, de nobles y magnánimos pensamientos, y arrastrado, no obstante, por esas mismas cualidades á concebir sospechas injustas, y el de Leonor, por su dulzura y por su afecto constante á aquél, que tanto la ofende. Ambos personajes excitan nuestro interés en sumo grado. (Schack)
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