Caminaba por la orilla de la playa y caí medio inconsciente con mis únicos pensamientos de soledad y ansiedad, acababa de abandonar el hogar donde había pasado mis últimas semanas. Mi mente estaba confusa ante el lío tan terrible en el que me encontraba. Mis padres adoptivos en teoría estarían buscándome por todo el pueblo sin detenerse ante nada ni ante nadie, pero yo no podía continuar con la convivencia tan espantosa a la que cada día me sometían mis tutores hasta que fuera mayor de edad. Faltaban seis meses y ya no tendría que sucumbir a sus malos tratos psicológicos y físicos por ambas partes. Creí en un cuento de hadas al quedarme huérfana cuando mis verdaderos progenitores murieron en un accidente de montaña cuando se hallaban en la cumbre al escalarla con sus mejores amigos. Eran muy aficionados a los deportes de riesgo y a menudo les acompañaba en sus excursiones tanto practicando alpinismo como submarinismo o paracaidismo. Esta vez me había quedado en casa porque tenía los exámenes finales antes de ir a la universidad y deseaba sacar las mejores calificaciones para que me dieran una buena beca y estudiar medicina.
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