Omara la trapecista se zambulle en el París del gran revolcón artístico, sexual y literario de principios del siglo XX de la mano de La banda de Picasso.
Manuel Herrero Montoto acaba de publicar “Omara en el París de las maravillas” una novela cuya lectura es, como mínimo, recomendable, tanto por la historia que nos cuenta como por la forma en que estructura el discurso narrativo. Y nos va a resultar muy divertida la manera en que este cirujano metido a escritor nos transmite la historia. Las fantasías de sexo en los comienzos del siglo XX en el marco de una residencia de ancianos, muy singular, en la que Coldo desafía a la astenia sexual propia de la edad avanzada con el estímulo que proporciona la lectura del libro censurado. Al igual que en, su anterior novela, “Omara la trapecista” en esta también nos encontramos con dos historias paralelas. Coldo, el chaval que leía a los trabajadores las peripecias de Omara en un vagón de tren de madera, creció. Ahora su audiencia la componen unos ancianos singulares, de un gerátrico no menos singular, y a reglón seguido de la lectura en voz alta de “Omara en el París de las maravillas” recuperan aquel instinto básico secuestrado por una sociedad irracional e ignorante. Manuel Herrero Montoto es el padre putativo de Omara. Vive tan compenetrado con ella que resulta difícil distinguir al escritor de la puta, o viceversa. Después de presentarnos a la muchachita de las alegrías en su novela
Omara la trapecista (Septem Ediciones, 2001) y dejarnos con el regusto de sus eróticas acrobacias, vuelve ahora a nuestras manos inmersa en la vorágine de la vanguardia artística de un París que desbarata el arte oficial y descuartiza los versos al uso. Enmohecido todo ello. Desfilan al lado de Omara: Picasso, Modigliani, Matisse, Max Jacob, Utrillo, Apollinaire y el resto de la banda. Omara es la musa en la sombra, lo mismo sirve a Picasso de modelo para una de Las señoritas de Avignon que inspira con sus numeritos erótico-circenses a Matisse en su Danza aérea.
Manuel Herrero Montoto acaba de publicar “Omara en el París de las maravillas” una novela cuya lectura es, como mínimo, recomendable, tanto por la historia que nos cuenta como por la forma en que estructura el discurso narrativo. Y nos va a resultar muy divertida la manera en que este cirujano metido a escritor nos transmite la historia. Las fantasías de sexo en los comienzos del siglo XX en el marco de una residencia de ancianos, muy singular, en la que Coldo desafía a la astenia sexual propia de la edad avanzada con el estímulo que proporciona la lectura del libro censurado. Al igual que en, su anterior novela, “Omara la trapecista” en esta también nos encontramos con dos historias paralelas. Coldo, el chaval que leía a los trabajadores las peripecias de Omara en un vagón de tren de madera, creció. Ahora su audiencia la componen unos ancianos singulares, de un gerátrico no menos singular, y a reglón seguido de la lectura en voz alta de “Omara en el París de las maravillas” recuperan aquel instinto básico secuestrado por una sociedad irracional e ignorante. Manuel Herrero Montoto es el padre putativo de Omara. Vive tan compenetrado con ella que resulta difícil distinguir al escritor de la puta, o viceversa. Después de presentarnos a la muchachita de las alegrías en su novela
Omara la trapecista (Septem Ediciones, 2001) y dejarnos con el regusto de sus eróticas acrobacias, vuelve ahora a nuestras manos inmersa en la vorágine de la vanguardia artística de un París que desbarata el arte oficial y descuartiza los versos al uso. Enmohecido todo ello. Desfilan al lado de Omara: Picasso, Modigliani, Matisse, Max Jacob, Utrillo, Apollinaire y el resto de la banda. Omara es la musa en la sombra, lo mismo sirve a Picasso de modelo para una de Las señoritas de Avignon que inspira con sus numeritos erótico-circenses a Matisse en su Danza aérea.