Nada dejó más sorprendidos a los propios peruanos que aquellas elecciones de abril y junio de 1990. Se ha hablado de voto emocional, de rechazo histórico a las clases políticas, del fin del compromiso con la oligarquía blanca, y otras tantas reflexiones en torno a una elección que algunos aplauden y otros juzgan inquietante. Aparte de toda consideración política, lo intrigante resulta ser el propio nuevo presidente, Alberto Fujimori Fujimori. Su anterior ausencia de la arena política, su discreción y, sobre todo, su personalidad enigmática, calificada de “oriental”, hacen que el interés recaiga en igual, o aún mayor, medida sobre su persona que sobre sus proyectos políticos poco definidos. El poner énfasis en su origen japonés — tal como lo hizo él mismo durante su campaña— causa, según el medio, admiración o rechazo. Ahora bien, los peruanos abrigan, frente a los japoneses y la comunidad japonesa en el Perú, la ambigüedad de ambos sentimientos, que no se ha expresado siempre en forma tan afortunada, sino todo lo contrario.
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