Anton van Leeuwenhoek fue el primer cazador de microbios, él descubrió con su microscopio las bacterias que habitaban su propia boca. Ese fue el comienzo de la llegada de los humanos al mundo microscópico, sin embargo, el final no se divisa.
Desconocemos a la mayor parte de los seres vivos. La fauna microscópica del suelo y de los mares es la más ignorada: el 90% de las especies de insectos están por descubrir. En las zonas tropicales, donde la vida es exuberante, casi cada especie minúscula que encontramos es nueva.
En la actualidad, nos centramos en el área donde se encuentra la mayor parte de la diversidad animal, los protóstomos; se han podido resolver las relaciones de parentesco de algunos de los grupos más conocidos. Por ejemplo, el grupo hermano de los artrópodos, que es el más abundante con un 85% de las especies, es el de los onicóforos, quienes en los mares de la época cámbrica, hace 600 millones de años, eran muy importantes pero que hoy son poco frecuentes.
La estrategia que se usa es rápida y barata, y cada vez va a serlo más. La ciencia avanza. Tenemos una nueva tecnología.
Existen muchas y sorprendentes curiosidades en el mundo de los insectos. Se estima que hay 200 millones de insectos por ser humano, según la Australian National Insect Collection – CSIRO.
Actualmente hay registrados unas 2 millones de especies de insectos y según algunos entomólogos, podría haber de 5 a 9 millones más.
Es importante encontrar nuevas especies pues de ellas se aprende. Por ejemplo: aprender a saltar como el grillo, que es capaz hacerlo hasta 500 veces su misma altura y a provocar calor imitando su agudo canto, su «cri, cri». O el caso del escarabajo pelotero africano, el primer animal que utiliza como brújula la Vía Láctea para orientarse por la noche y seguir en línea recta su camino, según han descubierto en la Universidad de Lund (Suecia). Imagínense cuanto se aprendería de insectos que ni siquiera han sido clasificados y que son la mayoría.
El ADN amplia los horizontes en la clasificación de las especies. Miremos a las hormigas, hay cerca de 15.000 especies conocidas. Pero, a medida que los genetistas las analizan aparecen nuevas diferencias genéticas, por lo que podría haber 100 mil. Proyectemos eso a otros animales, ¿se imaginan lo que tenemos en cuanto a nuevas especies se refiere?
El mundo conoce casos llamativos de extinciones ocurridas en el siglo XX (quebrantahuesos, lobos), otras especies han desaparecido recientemente o están a punto de extinguirse (desmanes, linces y el sapo partero común). Estas especies son vertebrados, es decir, llaman la atención, están estudiadas y conocemos las causas de su desaparición. En cambio de los invertebrados, más pequeños y menos llamativos, apenas hay datos. Ni siquiera sabemos cuántas especies de invertebrados hay: la biodiversidad se extingue, y lo hace calladamente por falta de conocimiento.
Tomemos como ejemplo a la República Checa, solo allí, se han extinguido unas 3.000 especies de insectos en los últimos 100 años y otras 10.000, una tercera parte de las especies en el país, están por desaparecer. Muchas especies viven en espacios reducidos y su número es crítico. A principios del siglo XIX, un pastor evangélico, en la ciudad morava de Krnov, registró 88 especies de mariposas. Una investigación reciente demostró la presencia de sólo 49 especies.
Muchas especies de insectos ya no existen o están en peligro de extinción estaban tan extendidas hace 100 años que los entomólogos no les prestaron atención.
Mariposas, escarabajos, saltamontes, abejas y avispas: el número de estos insectos disminuye progresivamente. La culpa la tiene el hombre. No les permitimos a los insectos existir. Destruimos sistemáticamente sus biotopos.
El problema no es que se dedique poca atención al medio ambiente, sino la forma en que se hace. Hay que estudiar bien las causas que hacen desaparecer las diferentes especies y después buscar las mejores medidas para impedirlo.
Desconocemos a la mayor parte de los seres vivos. La fauna microscópica del suelo y de los mares es la más ignorada: el 90% de las especies de insectos están por descubrir. En las zonas tropicales, donde la vida es exuberante, casi cada especie minúscula que encontramos es nueva.
En la actualidad, nos centramos en el área donde se encuentra la mayor parte de la diversidad animal, los protóstomos; se han podido resolver las relaciones de parentesco de algunos de los grupos más conocidos. Por ejemplo, el grupo hermano de los artrópodos, que es el más abundante con un 85% de las especies, es el de los onicóforos, quienes en los mares de la época cámbrica, hace 600 millones de años, eran muy importantes pero que hoy son poco frecuentes.
La estrategia que se usa es rápida y barata, y cada vez va a serlo más. La ciencia avanza. Tenemos una nueva tecnología.
Existen muchas y sorprendentes curiosidades en el mundo de los insectos. Se estima que hay 200 millones de insectos por ser humano, según la Australian National Insect Collection – CSIRO.
Actualmente hay registrados unas 2 millones de especies de insectos y según algunos entomólogos, podría haber de 5 a 9 millones más.
Es importante encontrar nuevas especies pues de ellas se aprende. Por ejemplo: aprender a saltar como el grillo, que es capaz hacerlo hasta 500 veces su misma altura y a provocar calor imitando su agudo canto, su «cri, cri». O el caso del escarabajo pelotero africano, el primer animal que utiliza como brújula la Vía Láctea para orientarse por la noche y seguir en línea recta su camino, según han descubierto en la Universidad de Lund (Suecia). Imagínense cuanto se aprendería de insectos que ni siquiera han sido clasificados y que son la mayoría.
El ADN amplia los horizontes en la clasificación de las especies. Miremos a las hormigas, hay cerca de 15.000 especies conocidas. Pero, a medida que los genetistas las analizan aparecen nuevas diferencias genéticas, por lo que podría haber 100 mil. Proyectemos eso a otros animales, ¿se imaginan lo que tenemos en cuanto a nuevas especies se refiere?
El mundo conoce casos llamativos de extinciones ocurridas en el siglo XX (quebrantahuesos, lobos), otras especies han desaparecido recientemente o están a punto de extinguirse (desmanes, linces y el sapo partero común). Estas especies son vertebrados, es decir, llaman la atención, están estudiadas y conocemos las causas de su desaparición. En cambio de los invertebrados, más pequeños y menos llamativos, apenas hay datos. Ni siquiera sabemos cuántas especies de invertebrados hay: la biodiversidad se extingue, y lo hace calladamente por falta de conocimiento.
Tomemos como ejemplo a la República Checa, solo allí, se han extinguido unas 3.000 especies de insectos en los últimos 100 años y otras 10.000, una tercera parte de las especies en el país, están por desaparecer. Muchas especies viven en espacios reducidos y su número es crítico. A principios del siglo XIX, un pastor evangélico, en la ciudad morava de Krnov, registró 88 especies de mariposas. Una investigación reciente demostró la presencia de sólo 49 especies.
Muchas especies de insectos ya no existen o están en peligro de extinción estaban tan extendidas hace 100 años que los entomólogos no les prestaron atención.
Mariposas, escarabajos, saltamontes, abejas y avispas: el número de estos insectos disminuye progresivamente. La culpa la tiene el hombre. No les permitimos a los insectos existir. Destruimos sistemáticamente sus biotopos.
El problema no es que se dedique poca atención al medio ambiente, sino la forma en que se hace. Hay que estudiar bien las causas que hacen desaparecer las diferentes especies y después buscar las mejores medidas para impedirlo.