Pino Ojeda (1916-2002) era una mujer valiente, entregada a sus dos vocaciones: la poesía y la pintura. Apasionada, generosa y desprendida, vivía la literatura como una especie de elevación mística y terrenal a un tiempo. Ayudó a mucha gente, su casa se transformó en un foro poético y artístico de primer nivel. Tuvo poca suerte: la de ser una adelantada de la creación femenina. Le pasó lo mismo que a Chona Madera y a tantas pioneras: vivieron en un momento en que se apreciaba escasamente el papel de la mujer. Por tanto, el pecado de Pino fue haber nacido en una época poco propicia, pues a pesar de sus muchos méritos la sociedad patriarcal y machista de Canarias no valoró lo suficiente su poesía honda, el desgarro emocional, la intensidad que canta el amor terrenal y la melancolía de lo perdido, ni esa pintura fruto de una ensoñación poderosa que expresa como pocas la fuerza del volcán, la profundidad del mar, los tránsitos de la materia, los combates del alma, la fuerza de los sentidos, la elevación religiosa, las llagas de la vida, las sublimaciones. Y a pesar de sus muchas exposiciones y de sus numerosos premios –el primer accésit del Adonais, en 1953, el Tomás Morales en 1956, el Fernando Rielo de poesía mística en 1991- nos hemos permitido el lujo de mantener inéditos los 13 libros que dejó a la hora de su muerte.
Cuando salió a la luz su poemario póstumo Árbol del espacio (octubre de 2007) ya se comentó que Pino había sido una de las voces más importantes de la postguerra en las islas. Con poemas e ilustraciones de la propia autora, de Juan Ismael y de Plácido Fleitas, el texto de la editorial Archipiélago supervisado por el profesor Oswaldo Guerra pretendía incidir en el objetivo primordial que la autora se había trazado: conseguir un diálogo entre la literatura y el arte. Pues, al igual que Manuel Padorno y otros artistas, ella había tenido dos frentes de batalla: la letra impresa y el pincel.
Pino Ojeda fue impulsora de una de las experiencias literarias más interesantes de las islas, la colección de los cuadernos Alisio, donde publicaron destacados poetas del momento. Ella no sólo escribió poesía sino también ideó novelas, cuentos y piezas teatrales. Su primer libro, Niebla de sueño, de 1947, ya mostraba una poesía amorosa y pasional. En el año 53 con su texto Como el fruto en el árbol –sobre la búsqueda del amado imposible- obtuvo un accésit en el más prestigioso premio español de poesía, el Adonais. Después vino La piedra en la colina, inspirado en la poesía de Pedro Salinas.
Tuvo que luchar contra la enfermedad y contra innumerables adversidades porque le tocó vivir en una época especialmente adversa de la historia. Así, después de una crisis salió El alba a la espalda, 1987, obra en la que reconoce la destrucción del tiempo en la vida humana.
¿Qué decir de sus exposiciones? Su obra se paseó entre Gran Canaria y Tenerife, llegó a Italia, Alemania, Suecia, EEUU, Suiza. Fue comentada por críticos de prestigio, fue valorada por numerosos críticos de arte y degustada por muchos coleccionistas en distintos países.
Como pintora tuvo un recorrido entre la abstracción y el abstraccionismo figurativo, experimentó siempre con sus lacas, transitó por las distintas vanguardias y logró buena acogida.
Pino Ojeda merecía salir del silencio en el que suelen caer los creadores tras su muerte. Dado que vivimos en sociedad vertiginosa y llena de propuestas efímeras, Juan Francisco Santana Domínguez ha emprendido la hermosa tarea de reconstruir el perfil humano artístico de esta mujer valerosa.Y a fe que ha cumplido su cometido. No cabe duda de que la vida de Pino fue una sublevación contra la adversidad que la golpeó una y cien veces. El hecho de haberse quedado viuda a los 22 años porque su marido moría en la guerra civil ya le confiere un halo de desgracia prematura y devastadora.
Cuando salió a la luz su poemario póstumo Árbol del espacio (octubre de 2007) ya se comentó que Pino había sido una de las voces más importantes de la postguerra en las islas. Con poemas e ilustraciones de la propia autora, de Juan Ismael y de Plácido Fleitas, el texto de la editorial Archipiélago supervisado por el profesor Oswaldo Guerra pretendía incidir en el objetivo primordial que la autora se había trazado: conseguir un diálogo entre la literatura y el arte. Pues, al igual que Manuel Padorno y otros artistas, ella había tenido dos frentes de batalla: la letra impresa y el pincel.
Pino Ojeda fue impulsora de una de las experiencias literarias más interesantes de las islas, la colección de los cuadernos Alisio, donde publicaron destacados poetas del momento. Ella no sólo escribió poesía sino también ideó novelas, cuentos y piezas teatrales. Su primer libro, Niebla de sueño, de 1947, ya mostraba una poesía amorosa y pasional. En el año 53 con su texto Como el fruto en el árbol –sobre la búsqueda del amado imposible- obtuvo un accésit en el más prestigioso premio español de poesía, el Adonais. Después vino La piedra en la colina, inspirado en la poesía de Pedro Salinas.
Tuvo que luchar contra la enfermedad y contra innumerables adversidades porque le tocó vivir en una época especialmente adversa de la historia. Así, después de una crisis salió El alba a la espalda, 1987, obra en la que reconoce la destrucción del tiempo en la vida humana.
¿Qué decir de sus exposiciones? Su obra se paseó entre Gran Canaria y Tenerife, llegó a Italia, Alemania, Suecia, EEUU, Suiza. Fue comentada por críticos de prestigio, fue valorada por numerosos críticos de arte y degustada por muchos coleccionistas en distintos países.
Como pintora tuvo un recorrido entre la abstracción y el abstraccionismo figurativo, experimentó siempre con sus lacas, transitó por las distintas vanguardias y logró buena acogida.
Pino Ojeda merecía salir del silencio en el que suelen caer los creadores tras su muerte. Dado que vivimos en sociedad vertiginosa y llena de propuestas efímeras, Juan Francisco Santana Domínguez ha emprendido la hermosa tarea de reconstruir el perfil humano artístico de esta mujer valerosa.Y a fe que ha cumplido su cometido. No cabe duda de que la vida de Pino fue una sublevación contra la adversidad que la golpeó una y cien veces. El hecho de haberse quedado viuda a los 22 años porque su marido moría en la guerra civil ya le confiere un halo de desgracia prematura y devastadora.