Miguel de Cervantes (1547-1616) publica “La Galatea” en 1585, una fecha tardía y relativa para una práctica vital tan intensa como, quizá, innecesaria. El acercamiento a un discurso establecido en la antigüedad clásica y en la España de Montemayor o Gil Polo supone un ejercicio de “imitatio” e innovación. Destaca en esta edición la polimetría como procedimiento riguroso, como “virtus” y fascinación por combinaciones métricas para alcanzar la melodía de un tiempo presente, de un lugar en el mundo en el que se procura un instante de eternidad a pesar de lo pequeño, mutable o caduco que pueda percibirse en él. La ambigüedad con que el propio Cervantes se refiere a esta su primera obra extensa publicada —en “Don Quijote”, I, vi— no delimita esta especial mezcla de prosa y verso, el hecho de que la “égloga” cristalice en arte como procedimiento “público” es una forma de propiciar la ruptura de los límites del yo en la escritura. Asumir libremente que una pérdida de la identidad es también abismarse en la construcción de unos poemas “enarrativos”, en la terminología del Pinciano y su “Philosophía antigua poética” (1596), y hechos para ser cantados, tañidos, danzados y tripudiados ('bailados'), también con adivinanzas o un peculiar Parnaso compuesto por Calíope.
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