A quienes se suele apodar “pollerudos”, no hacen más que subrayar y colorear trazos que se hallan por doquier en los destinos de la sexualidad masculina, aunque a veces muy disimulados, desplazados, metaforizados. Así, lo sagrado, lo intocable y virginal custodiado por rituales y orlado de tabús, eso que provoca todo tipo de temores reverenciales porque lo infiltra y acecha la bajeza, fantasías de prostitución, escándalo; Freud aludía a su origen común en lo inconsciente. Así también los denodados esfuerzos reparatorios del sujeto en cuanto encuentra una dama a la que supone no-indemne, los trabajos que toma para indemnizarla, indemne-izarla una vez y otra, hallando en esos empeños el sentido de su vida. También el héroe de novelas o el pequeño héroe galante de todos los días, el de las desposeídas en general, ese que ve en el molino de viento la ocasión de velar las armas y aprontarse a un combate glorioso que la amada leerá como un poema que se le ofrenda, lo leerá con ojos un poco húmedos y corazón al fin reparado.
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