Las pruebas tradicionales de la existencia divina han quedado desautorizadas por el pensamiento moderno, e incluso carecen de valor para muchos creyentes que consideran a Dios objeto de fe y no de argumentos racionales; por su parte, ateos y agnósticos se limitan a la objetividad científica como si nuestro espíritu se redujese a ello. Ante tal panorama el libro presente propone un nuevo modo de abordar el problema: Dios no existe como un ente entre los entes y por ello las pruebas tradicionales fracasan al aplicarle conceptos y esquemas válidos para el mundo sólo, mas las incongruencias en la visión científica del mundo en cuanto al sentido de este nos insinúan que algo falta para que el juego cuadre aunque no contemos con ningún ente para completarlo. Quiere ello decir que hemos de ensayar otras tácticas para entrever algún signo de dicha ausencia, la cual se insinúa en la comprensión del mundo y de nosotros mismos. Con el discurso oficialmente consagrado que tiene a la ciencia por estandarte hemos de habérnoslas para someterlo a una deconstrucción o desmontaje que nos descu-brirá cómo aquel deja cabos sueltos en cuanto a la comprensión del mundo, lo cual autoriza a otro discurso, marginado hoy, que atañe a una esfera ajena a lo objetivo. El hombre se siente un ser misterioso, lo cual convierte en enigma la realidad entera; y el enigma comienza por el mismo hecho de que una existencia se pregunte por el sentido del proceso del que ha brotado y del que forma parte: la clave del mundo se esconde en nosotros, precisamente porque nos preguntamos
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