Prisioneros del ritmo del mar es una colección de relatos sentipensantes donde la naturaleza y la sociedad se mixturan en un cuerpo mágico que invade lento y vertiginoso la imaginación de cualquier lector. La historia del andén pacífico, las pistas arqueológicas, etnográficas y los ecosistemas que las acunan se nos aparecen marinados por la sal de sus aguas. Tres mil años de poblamiento se hacen presentes y rescatan a pedazos lo que fuimos y lo que somos las gentes del gran golfo ecuatorial que va de Costa Rica a Perú y se focaliza entre Esmeraldas y Panamá.
Nina S. de Friedemann dijo en uno de sus artículos de prensa: “el trabajo que Oscar Olarte Reyes realiza y publica en Prisioneros del ritmo del mar es una joya de la etnografía que empieza a hacerse en América. En realidad su expresión de la naturaleza es una locura de color y de impresión de sensaciones” (Magazine dominical de El Espectador. 10 de julio de 1988).
Con estos relatos se desandan los pasos de quienes venidos desde África remontaron el río Atrato y volvieron al mar por el San Juan para devenir en esclavizados en las minas de oro de Colombia y Ecuador. Los relatos etnográficos nos conducen por los laberintos de los manglares y las retorcidas callejuelas de los puertos del Pacífico. Los textos están llenos de voces que el lector escucha con los ojos, de pieles que acaricia, de imágenes que cobran vida a través de su propia imaginación y de relaciones que va tejiendo con su propio pensamiento hasta adentrarse en la intimidad de esa cultura anfibia que dejó atrás las minas y la selva para hacerse a la mar, y empezar, ya en el siglo XX, una nueva vida en los contextos urbanos. Con un pie en la tierra y otro en la mar, los personajes que desfilan y navegan por las historias nos muestran las complejidades del choque cultural entre afros, indios y mestizos y el forcejeo que se establece con los funcionarios y activistas que pretenden apretarlos con nuevas formas organizativas. Las culturas afrodiaspóricas y las supervivencias indígenas, resisten desde el centro de sus universos culturales el embate agresivo del capitalismo.
Nina S. de Friedemann dijo en uno de sus artículos de prensa: “el trabajo que Oscar Olarte Reyes realiza y publica en Prisioneros del ritmo del mar es una joya de la etnografía que empieza a hacerse en América. En realidad su expresión de la naturaleza es una locura de color y de impresión de sensaciones” (Magazine dominical de El Espectador. 10 de julio de 1988).
Con estos relatos se desandan los pasos de quienes venidos desde África remontaron el río Atrato y volvieron al mar por el San Juan para devenir en esclavizados en las minas de oro de Colombia y Ecuador. Los relatos etnográficos nos conducen por los laberintos de los manglares y las retorcidas callejuelas de los puertos del Pacífico. Los textos están llenos de voces que el lector escucha con los ojos, de pieles que acaricia, de imágenes que cobran vida a través de su propia imaginación y de relaciones que va tejiendo con su propio pensamiento hasta adentrarse en la intimidad de esa cultura anfibia que dejó atrás las minas y la selva para hacerse a la mar, y empezar, ya en el siglo XX, una nueva vida en los contextos urbanos. Con un pie en la tierra y otro en la mar, los personajes que desfilan y navegan por las historias nos muestran las complejidades del choque cultural entre afros, indios y mestizos y el forcejeo que se establece con los funcionarios y activistas que pretenden apretarlos con nuevas formas organizativas. Las culturas afrodiaspóricas y las supervivencias indígenas, resisten desde el centro de sus universos culturales el embate agresivo del capitalismo.