El contacto asiduo con la filología griega por vocación y con la española por naturaleza nos han puesto en la pista de un conjunto de frases de raigambre helénica que han hecho fortuna en las lenguas cultas porque reviven algún episodio famoso, real o ficticio, a causa de la relevancia de sus protagonistas, o por la justeza y oportunidad con que se aplicaron en su momento. Y de tal modo oportunas y justas, que la posteridad, a través del tiempo, las ha hecho suyas, enriqueciendo con ello el patrimonio cultural de la Humanidad; por ejemplo, la espada de Damocles tiene correspondencia en l’epée de Damocles, Damocles’s word o la spada di Damocle. De un tiempo a esta parte nos hemos dedicado a recogerlas, resultando más numerosas de lo que en un principio pudiéramos imaginar. De otro lado nos hemos encontrado con colectores de frases o sentencias (en algunos casos, simples coleccionistas más que paremiólogos), que, por falta de rigor o desconocimiento, deforman los temas griegos ο los maltratan, limitándose a reproducir los mismos errores o anacronismos de otros, en vez de haber investigado en las fuentes griegas, como ha sido nuestro norte y empeño, o en las latinas cuando ha habido necesidad de completarlas o suplirlas.
La creación de estas frases hechas es un fenómeno común a todos los pueblos y un referente de su cultura. Así pues, cada uno les ha impuesto su propia denominación o incluso varias, como ocurre con los términos griegos “aforismo, paremia y apotegma”, o de “proverbio, sentencia, adagio o máxima” con respecto del latín, asumidos, por vía de herencia, por las lenguas modernas, amén del francés “refrán”, que se ha sumado a ese grupo de términos clásicos. Por otro lado, conviene resaltar que hay frases que, pese a su concisión y sencillez, tienen un sentido tan completo como el aforismo o la máxima (por ejemplo, del viejo, el consejo o aceite y vino, bálsamo divino): es el caso griego de victoria cadmea, desatas el nudo o comida de sibaritas, no obstante, plenas de expresividad.
La mayoría de estas frases nos ha llegado a través de la paremiografía griega, o lo que es lo mismo, del Corpus Paroemiographorum Graecorum (desde ahora, CPG), recolectado por E. L. Leutsch y F. G. Schneidewin, como los mencionados poco ha. Sin embargo disponemos de otros muchos proverbios (que no figuran en el citado Corpus) y que hay que atribuírselos a la tradición erudita, que, conociendo a fondo la cultura helénica, ha sabido interpretar la peripecia de tal o cual mito o anécdota, forjándolos a través del tiempo, de suerte que tanto el español como las demás lenguas modernas suelen utilizar un variado repertorio formular nada despreciable, tales como el hilo de Ariadna, salir a la palestra o echar una filípica; piénsese igualmente en la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero, de A. Machado, de indiscutible creación reciente.
En general, los proverbios han pasado de tener un significado propio e individual en un momento concreto a incorporarse al sistema general de la lengua, pero sin perder su propiedad significativa de nuevo en parecidas circunstancias. Hay proverbios de naturaleza exógena, como las que aquí nos proponemos comentar, o aquellos otros de procedencia latina, que han poblado, por razones obvias, nuestra lengua; recordemos, por ejemplo, pasar el Rubicón, alea jacta est, ad calendas graecas, rara avis o cui prodest?, amén de las fórmulas que acuñó el Derecho Romano, como in dubio pro reo, in articulo mortis, sub iudice, que son, por sabidas, de uso espontáneo y diario. No faltan tampoco las inspiradas en la historia hebrea; verbigracia, tener más años que Matusalén, más paciencia que Job o lavarse las manos como Pilatos.
Junto a ellas están las de creación endógena, las que han nacido en el seno de una lengua a expensas de su propio patrimonio. ¿Quién no ha oído o empleado fórmulas paremiológicas como estar entre Pinto y Valdemoro, rasgarse las vestiduras, ¡apaga y vámonos!, estar en Bab
La creación de estas frases hechas es un fenómeno común a todos los pueblos y un referente de su cultura. Así pues, cada uno les ha impuesto su propia denominación o incluso varias, como ocurre con los términos griegos “aforismo, paremia y apotegma”, o de “proverbio, sentencia, adagio o máxima” con respecto del latín, asumidos, por vía de herencia, por las lenguas modernas, amén del francés “refrán”, que se ha sumado a ese grupo de términos clásicos. Por otro lado, conviene resaltar que hay frases que, pese a su concisión y sencillez, tienen un sentido tan completo como el aforismo o la máxima (por ejemplo, del viejo, el consejo o aceite y vino, bálsamo divino): es el caso griego de victoria cadmea, desatas el nudo o comida de sibaritas, no obstante, plenas de expresividad.
La mayoría de estas frases nos ha llegado a través de la paremiografía griega, o lo que es lo mismo, del Corpus Paroemiographorum Graecorum (desde ahora, CPG), recolectado por E. L. Leutsch y F. G. Schneidewin, como los mencionados poco ha. Sin embargo disponemos de otros muchos proverbios (que no figuran en el citado Corpus) y que hay que atribuírselos a la tradición erudita, que, conociendo a fondo la cultura helénica, ha sabido interpretar la peripecia de tal o cual mito o anécdota, forjándolos a través del tiempo, de suerte que tanto el español como las demás lenguas modernas suelen utilizar un variado repertorio formular nada despreciable, tales como el hilo de Ariadna, salir a la palestra o echar una filípica; piénsese igualmente en la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero, de A. Machado, de indiscutible creación reciente.
En general, los proverbios han pasado de tener un significado propio e individual en un momento concreto a incorporarse al sistema general de la lengua, pero sin perder su propiedad significativa de nuevo en parecidas circunstancias. Hay proverbios de naturaleza exógena, como las que aquí nos proponemos comentar, o aquellos otros de procedencia latina, que han poblado, por razones obvias, nuestra lengua; recordemos, por ejemplo, pasar el Rubicón, alea jacta est, ad calendas graecas, rara avis o cui prodest?, amén de las fórmulas que acuñó el Derecho Romano, como in dubio pro reo, in articulo mortis, sub iudice, que son, por sabidas, de uso espontáneo y diario. No faltan tampoco las inspiradas en la historia hebrea; verbigracia, tener más años que Matusalén, más paciencia que Job o lavarse las manos como Pilatos.
Junto a ellas están las de creación endógena, las que han nacido en el seno de una lengua a expensas de su propio patrimonio. ¿Quién no ha oído o empleado fórmulas paremiológicas como estar entre Pinto y Valdemoro, rasgarse las vestiduras, ¡apaga y vámonos!, estar en Bab