No hay duda de que el suicidio es la muerte que más nos preocupa, pero aún recibe muy poca atención a la comprensión del fenómeno. Nuestra renuencia a hablar sobre el suicidio demuestra la necesidad de escapar de un tema incómodo y, en cierto modo, incomprensible. Si definimos el suicidio como la autodestrucción del propio ser, es indudablemente una provocación: es la oportunidad extrema por aquellos que se niegan a seguir viviendo. Sin embargo, si se considera el suicidio como una reafirmación de su ser, entonces nos encontramos ante el intento angustioso para sobrevivir mediante la creación de un puente entre las orillas del ser y no-ser. El suicidio es el acto por el cual el hombre puede alterar el nivel natural de la creación, es el acto por el cual se llega a superar el instinto más poderoso de la vida: en esta acción el hombre parece estar por encima de la misma divinidad, a la que ese gesto no está permitido, ya que la deidad es eterna por su misma definición dogmática.
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