Que no quede nadie... pareciera decirnos que ya no soportamos más el azote cruel de la confusión, que ofrece dividendos incalculables a sus progenitores. Que no quede nadie... marca en el termómetro del desconsuelo temperaturas críticas, que nos dejan desnudos de esperanzas, Que no quede nadie... es un túnel caleidoscópico de un fértil y abundante músculo de imaginación. Con sus propias armas, el autor grita a los cuatro vientos que se autonombra (o lo nombramos) guardián de nuestro legado. Este trazo de sensaciones y sentimientos pirotécnicos posee personajes de la ya tan magullada realidad, con sobredosis de desahucio, valor y violencia; personajes que tiene por instantes puntos de consuelo entre sus párrafos, con arrepentimientos tardíos, donde quizás los culpables sean también víctimas de otros culpables; que no invita, sino que obliga a ver una realidad de la cual ya teníamos conocimiento. Una novela de acción ubicada en un lugar por demás árido, con los nutrientes necesarios. Una pluma con arrojo, ya mostrada en su incipiente carrera y una paleta rebosante de colores, que urgen ser plasmados.
Una novela ágil, de cuadros ficticios, que ya no lo son tanto, obvia, sin rodeos, que sólo busca eso: ser leída, guiados por la mano del autor. Donde el lector aporta la fisonomía y el perfil de los personajes. Encontrar la señal secreta de su propósito es un acertijo insinuante, que dejará satisfecha la curiosidad del lector por conocer a este escritor mexicano.
Una novela ágil, de cuadros ficticios, que ya no lo son tanto, obvia, sin rodeos, que sólo busca eso: ser leída, guiados por la mano del autor. Donde el lector aporta la fisonomía y el perfil de los personajes. Encontrar la señal secreta de su propósito es un acertijo insinuante, que dejará satisfecha la curiosidad del lector por conocer a este escritor mexicano.