La CIENCIA MODERNA nace en los siglos XVI y XVII proponiendo la experimentación, la observación y la matematización como últimos tribunales de todo saber, por encima de las Sagradas Escrituras y del concepto medieval de autoridad.
Se trató de una REVOLUCIÓN CIENTÍFICA, un cambio radical producido en el campo del saber, que asociado al desarrollo del sistema capitalista, llevó a interpretar la naturaleza en términos de regularidades y leyes universales matemáticamente representables.
LA NATURALEZA YA NO FUE CONSIDERADA COMO UNA CREACIÓN DIVINA, sino como un complejo engranaje de mecanismos que podían ser conocidos por el hombre con ayuda de su razón.
La razón “cientifizante”, interpretada como parte de la naturaleza humana inmutable, se revela como un elemento funcional y cada vez más indispensable para el capitalismo moderno.
La “nueva ciencia” tendría una aplicación cada vez mayor en la esfera de la producción, haciendo posible con el tiempo, la segunda revolución industrial y tecnológica, de fines del siglo XIX.
Como consecuencia de esta, SE CONSOLIDA LA IDENTIFICACIÓN ENTRE CIENCIA Y RACIONALIDAD, generándose una gran confianza en el progreso y en la capacidad de la humanidad para solucionar tarde o temprano todos sus problemas.
En los comienzos del siglo XX una serie de hechos han puesto en duda esta confianza en el progreso indefinido: la primera guerra mundial (1914-1918), la crisis económica del ‘29 y las atrocidades y los millones de muertos de la segunda guerra mundial. Estos hechos demostraron que EL PROGRESO CIENTÍFICO no PRODUCE solo “vacunas”, es decir, cosas positivas, sino TAMBIÉN COSAS NEGATIVAS como bombas nucleares.
Para desarrollar estos temas, hemos resumido lo esencial de LA TRADICIÓN ANGLOSAJONA, de Eduardo Glavich et al.
Se trató de una REVOLUCIÓN CIENTÍFICA, un cambio radical producido en el campo del saber, que asociado al desarrollo del sistema capitalista, llevó a interpretar la naturaleza en términos de regularidades y leyes universales matemáticamente representables.
LA NATURALEZA YA NO FUE CONSIDERADA COMO UNA CREACIÓN DIVINA, sino como un complejo engranaje de mecanismos que podían ser conocidos por el hombre con ayuda de su razón.
La razón “cientifizante”, interpretada como parte de la naturaleza humana inmutable, se revela como un elemento funcional y cada vez más indispensable para el capitalismo moderno.
La “nueva ciencia” tendría una aplicación cada vez mayor en la esfera de la producción, haciendo posible con el tiempo, la segunda revolución industrial y tecnológica, de fines del siglo XIX.
Como consecuencia de esta, SE CONSOLIDA LA IDENTIFICACIÓN ENTRE CIENCIA Y RACIONALIDAD, generándose una gran confianza en el progreso y en la capacidad de la humanidad para solucionar tarde o temprano todos sus problemas.
En los comienzos del siglo XX una serie de hechos han puesto en duda esta confianza en el progreso indefinido: la primera guerra mundial (1914-1918), la crisis económica del ‘29 y las atrocidades y los millones de muertos de la segunda guerra mundial. Estos hechos demostraron que EL PROGRESO CIENTÍFICO no PRODUCE solo “vacunas”, es decir, cosas positivas, sino TAMBIÉN COSAS NEGATIVAS como bombas nucleares.
Para desarrollar estos temas, hemos resumido lo esencial de LA TRADICIÓN ANGLOSAJONA, de Eduardo Glavich et al.