El ser humano, desde el principio de los tiempos, siempre ha tratado de encontrar explicación a todo aquello que no comprendía, en ocasiones, y ante la nulidad de respuestas, lo atribuían a los dioses, a seres superiores que con su poder podían obrar prodigios y milagros. Dioses capaces de todo, de lo mejor y de lo peor, dioses del Olimpo griego, del atril romano, de la antigua Persia, de la vistosidad egipcia… Dioses de todas las épocas capaces de dar respuestas a las preguntas más insospechadas que aquellos curiosos, y primitivos, hombre se hacían.
Con el monoteísmo el panteón de dioses de los cultos politeístas quedaron reducidos a la mínima expresión: un único Dios verdadero. Pero no por ello tenía menos respuestas o sabiduría… Y aquel Dios solemne, justiciero, bondadoso, vengativo, irascible… Obraba también prodigios, y todo lo que el hombre no podía responder lo atribuía a su acción divina.
Siempre será un enigma la eterna búsqueda de respuesta del ser humano…
Con el monoteísmo el panteón de dioses de los cultos politeístas quedaron reducidos a la mínima expresión: un único Dios verdadero. Pero no por ello tenía menos respuestas o sabiduría… Y aquel Dios solemne, justiciero, bondadoso, vengativo, irascible… Obraba también prodigios, y todo lo que el hombre no podía responder lo atribuía a su acción divina.
Siempre será un enigma la eterna búsqueda de respuesta del ser humano…