La referencia a quienes eran, al mismo tiempo, rebeldes y reaccionarios nos acerca a una percepción de la historia política del siglo XX que ha ido abriéndose camino cada vez con más solidez argumental y una documentación más depurada. Existió una cultura fascista y existieron intelectuales que dedicaron su actividad profesional a construirla en todos los ámbitos de la experiencia social. Ya ha sido generalmente aceptado que el fascismo no era una simple reacción sin propuestas, pero se sostiene una indudable reticencia a la hora de aceptar la calidad teórica, la congruencia con su tiempo y el servicio a la transformación del orden social que se propugnó y llegó a realizarse. Los intelectuales que se sumaron al fascismo no fueron anécdotas que lo ornamentaron, sino sectores que escogieron combatir por un sistema que respondía a las percepciones de un discurso en el que la tradición y la modernidad se reunían para establecer una comunidad nacional opuesta y superadora del liberalismo, la democracia y el socialismo. Durante décadas, una parte esencial de la sociedad europea prestigió lo que ha podido verse como una alternativa a la cultura, cuando no se trata más que de una cultura política congruente con las necesidades de los sectores contrarrevolucionarios europeos en la primera mitad del siglo XX. Los ensayos reunidos en este volumen pueden ofrecernos diversas versiones de lo que constituyó una posición ideológica que trató de impulsar la forma más coherente de organizar la sociedad moderna sobre la base tradicional de la desigualdad.
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