Un testimonio excepcional que recoge las confesiones de una cibernauta en busca de amante ¿Recordáis cómo era ligar en la adolescencia? En general, la vida no nos había castigado demasiado o más bien nada. Nuestra ciudad era un pequeño universo y nosotros, proyectos de cometa que nos encontrábamos por sus rincones. No nos interesaba saber cómo seríamos en un mañana incierto. Simplemente nos atraíamos como partículas elementales chocando y originando reacciones nucleares. Luz, color, pasión. Sólo queríamos sentir y disfrutar. El futuro lo imaginábamos con el poder que da el idealismo de la juventud y su valentía. Iba a ser resplandeciente como nosotros. Veinticinco años más tarde el panorama es muy distinto. Estamos solos, muy solos. Muchos sueños se han estrellado de mil maneras diferentes. Ya no somos proyectos sino realidades más o menos brillantes y ciertamente no estamos en el futuro que anhelábamos. En muchos casos, la vida nos ha arrollado y estamos en proceso de reconstrucción. Tampoco somos tan valientes ni tan idealistas. El universo es más bien un purgatorio o el infierno, según el día. Una cosa no ha cambiado: seguimos buscando a alguien para compartir un proyecto de futuro, aunque éste sea cada vez más escaso. Buscamos volver a sentir y a disfrutar. Ya no nos movemos por la ciudad como partículas elementales ni generamos reacciones nucleares. Ahora nos encontramos en el ciber espacio a través de una fotografía y un perfil que colgamos con la esperanza de que alguien se sienta atraído hacia nosotros.
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