A menudo se compara la mente humana con un mecanismo
tecnológico avanzado; en realidad, hacer lo contrario sería lo
justo, porque nuestro cerebro funciona muy por encima de todas
las posibilidades que se les asignan a esos aparatos, sobre todo por
la inagotable capacidad de aprender del entorno y modificar el
modo en que reacciona ante los cambios.
A esa comparación cerebro-máquina también acude David
cuando, en un momento crucial de su joven existencia, descubre
que algo ya no funciona bien en los procesos físicos que deben
garantizarle el desenvolvimiento normal que todos consideramos
requisito fundamental para vivir. Hechos cotidianos como percibir
a través de los sentidos, recordar, interactuar con el medio; de
pronto se encuentran amenazados por un mal que ni él, ni sus
allegados, ni sus médicos comprenden a cabalidad. Por eso, compara
su realidad con una situación que entiende mejor, la máquina,
al describirse al inicio de su experiencia: “Archivos traspapelados
en carpetas que no les corresponden, incompletos, borrados.
Esto es lo que soy ahora”.
Sin anestesia trata sobre un joven aquejado por una extraña malformación
arteriovenosa que puede descarrilar todo su proyecto de
vida y el de quienes están a su lado; pero, aunque esa sea la trama
concreta, no se queda ahí. Los hechos, articulados como un texto
de lectura fácil y provechosa por una profesional de la medicina con
experiencia literaria, quien emplea para este fin la técnica de la
entrevista comentada, ofrecen bastante más que una crónica dolorosa:
nos dan una perdurable lección de vida y un edificante
testimonio de lo que representa la solidaridad y el amor familiar en
estos tiempos en que tantos valores parecen relegados. La obra nos
toca, nos involucra en diversos sentidos, pero, principalmente,
corrobora que, como hechura divina, somos infinitamente superiores
a la mejor máquina concebida por manos mortales.
tecnológico avanzado; en realidad, hacer lo contrario sería lo
justo, porque nuestro cerebro funciona muy por encima de todas
las posibilidades que se les asignan a esos aparatos, sobre todo por
la inagotable capacidad de aprender del entorno y modificar el
modo en que reacciona ante los cambios.
A esa comparación cerebro-máquina también acude David
cuando, en un momento crucial de su joven existencia, descubre
que algo ya no funciona bien en los procesos físicos que deben
garantizarle el desenvolvimiento normal que todos consideramos
requisito fundamental para vivir. Hechos cotidianos como percibir
a través de los sentidos, recordar, interactuar con el medio; de
pronto se encuentran amenazados por un mal que ni él, ni sus
allegados, ni sus médicos comprenden a cabalidad. Por eso, compara
su realidad con una situación que entiende mejor, la máquina,
al describirse al inicio de su experiencia: “Archivos traspapelados
en carpetas que no les corresponden, incompletos, borrados.
Esto es lo que soy ahora”.
Sin anestesia trata sobre un joven aquejado por una extraña malformación
arteriovenosa que puede descarrilar todo su proyecto de
vida y el de quienes están a su lado; pero, aunque esa sea la trama
concreta, no se queda ahí. Los hechos, articulados como un texto
de lectura fácil y provechosa por una profesional de la medicina con
experiencia literaria, quien emplea para este fin la técnica de la
entrevista comentada, ofrecen bastante más que una crónica dolorosa:
nos dan una perdurable lección de vida y un edificante
testimonio de lo que representa la solidaridad y el amor familiar en
estos tiempos en que tantos valores parecen relegados. La obra nos
toca, nos involucra en diversos sentidos, pero, principalmente,
corrobora que, como hechura divina, somos infinitamente superiores
a la mejor máquina concebida por manos mortales.