En tres días llegará el sol de medianoche, limitando la nocturnidad a un par de horas grisáceas, irreales por demasiado luminosas, tristemente descolgadas al borde de las doce. Se quebrarán las bruñidas superficies de los lagos, espumándose cuando las surquen cuerpos como lanzas, blancos y ebrios de sol. Las islas del archipiélago de Mälaren se poblarán de robinsones juguetones. Se empieza a notar la alteración de la sangre y sería necesario abandonar Estocolmo antes de que te atrape con su embrujo de verano, con el espejeo hechicero de las aguas en sus canales y las tardes eternas resplandeciendo sobre la cúpula de la mezquita de Södermalm. Titánica tarea la de comprimir año y medio de vida en Suecia para traérnosla envuelta en estos papeles, cuando todo se conjura para que la autora eche de menos Estocolmo sin haberlo abandonado.
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