“Lupus est homo homini, non homo, cum qualis sit non novit”. Plauto.
(El hombre es lobo para el hombre, y no hombre, cuando desconoce al otro)
Enrique Rojas, abogado coruñés aficionado a las aventuras quijotescas en las que Rocinante es sustituido por una bici Trek, siente como si una noticia periodística le zarandease por las solapas: En una cueva de la Sierra del Courel llamada Arcoia cuya boca se abre en la cima, han aparecido dos esqueletos: el de un hombre de unos treinta y pico y una mujer de 18-20. El cráneo de la mujer tiene un disparo en la cabeza. El análisis forense (2009) fijará la antigüedad de los restos en unos setenta años. Pero será el breve cuerpo de la noticia el que de verdad hará pestañear al lector:
“Según fuentes del Juzgado, la mujer presentaba una curiosa, extraña e infrecuente combinación indumentaria: los vestigios de la toca y el almidonado babero de una monja y los botines de una cabaretera”.
La monja puta. De repente, la mañana del lector ya no podrá ser la misma. Las preguntas se amontonan en su mente: ¿Por qué están aquí arriba? Para una ejecución sumaria –en una guerra- no haría falta llevar los cadáveres a una cueva en una cima. ¿Es un crimen pasional? ¿La mató y luego se suicidó? También parece muy rebuscado el lugar, salvo que estuvieran huidos y el suicidio fuera para evitar una muerte peor. ¿Qué relación tenían entre ellos? ¿Eran amantes? ¿Él la había raptado? ¿La mató porque era suya? ¿Fue ella la que lo mató a él y luego se pegó un tiro? ¿Quiénes eran?
La novela se dosifica entre dos fechas clave, 2009 y 1942, y la creciente intriga se resolverá de una forma que va a afectar a título personal a Enrique Rojas, mucho más de lo que hubiera sospechado o querido.
(El hombre es lobo para el hombre, y no hombre, cuando desconoce al otro)
Enrique Rojas, abogado coruñés aficionado a las aventuras quijotescas en las que Rocinante es sustituido por una bici Trek, siente como si una noticia periodística le zarandease por las solapas: En una cueva de la Sierra del Courel llamada Arcoia cuya boca se abre en la cima, han aparecido dos esqueletos: el de un hombre de unos treinta y pico y una mujer de 18-20. El cráneo de la mujer tiene un disparo en la cabeza. El análisis forense (2009) fijará la antigüedad de los restos en unos setenta años. Pero será el breve cuerpo de la noticia el que de verdad hará pestañear al lector:
“Según fuentes del Juzgado, la mujer presentaba una curiosa, extraña e infrecuente combinación indumentaria: los vestigios de la toca y el almidonado babero de una monja y los botines de una cabaretera”.
La monja puta. De repente, la mañana del lector ya no podrá ser la misma. Las preguntas se amontonan en su mente: ¿Por qué están aquí arriba? Para una ejecución sumaria –en una guerra- no haría falta llevar los cadáveres a una cueva en una cima. ¿Es un crimen pasional? ¿La mató y luego se suicidó? También parece muy rebuscado el lugar, salvo que estuvieran huidos y el suicidio fuera para evitar una muerte peor. ¿Qué relación tenían entre ellos? ¿Eran amantes? ¿Él la había raptado? ¿La mató porque era suya? ¿Fue ella la que lo mató a él y luego se pegó un tiro? ¿Quiénes eran?
La novela se dosifica entre dos fechas clave, 2009 y 1942, y la creciente intriga se resolverá de una forma que va a afectar a título personal a Enrique Rojas, mucho más de lo que hubiera sospechado o querido.