Los océanos absorben el calor y lo redistribuyen a través de las corrientes marinas y las interacciones con la atmósfera. Absorben igualmente fracciones de gas de la atmósfera.
El hombre ha inyectado en la atmósfera 450.000 millones de toneladas de dióxido de carbono, desde la revolución industrial al 2016. La mitad ha ido a los océanos; estos son un sumidero de dióxido de carbono (CO2): mientras más CO2 hay a la atmósfera, mayor cantidad absorben los océanos. Cuando el CO2 entra en contacto con el agua, produce ácido carbónico, provocando la acidificación.
Los océanos son 30% más ácidos de lo que fueron antes de la Revolución Industrial. Las consecuencias de este fenómeno han deteriorado los arrecifes de coral.
La acidificación podría reducir las reservas de carbonatos de calcio en las aguas marinas, en particular el aragonito, una sustancia utilizada por numerosos organismos para construir el caparazón.
Gran parte de las emisiones de CO2 son interpoladas y conservadas por ecosistemas marinos como manglares, pantanos y praderas submarinas. Si se moderara la deforestación terrestre, y se restableciera el equilibrio de los ecosistemas marinos, se reducirían 25% las emisiones, conjurando peligrosos cambios climáticos.
La mitad del calor absorbido por los océanos desde 1865 se ha producido desde 1997. Esto ha convertido a los océanos en una bomba a punto de estallar. El calor almacenado en las superficies oceánicas podría modificar las corrientes marinas y atmosféricas, creando una nueva perturbación en el sistema climático. Un tercio del calor acumulado por los océanos se encuentra en las profundidades, a más de 700 metros.
El calentamiento climático propaga enfermedades en vegetales, animales y seres humanos; amenazando la alimentación del mundo.
Cuando las especies viven fuera de su rango térmico, éstas gastan más energía en respirar, lo cual las debilita y las hace vulnerables a enfermedades, facilitando que otras especies mejor adaptadas obtengan una ventaja competitiva. Además se hace más difícil la reproducción, ya que afecta el desarrollo de las esporas y los huevos. Se genera un efecto en cadena, en donde especies que sirven de alimento a animales mayores comienzan a escasear y estos, a su vez, deben trasladarse a otras zonas para sobrevivir. Finalmente, la migración de peces tiene un efecto sobre los pescadores artesanales.
El aumento de temperaturas en los océanos ha matado arrecifes coralinos a un ritmo récord, lo cual priva a muchas especies de su hábitat natural y al final los lleva al borde de la extinción. No hay duda del hecho que los seres humanos somos la causa de todo esto.
La falta de oxígeno en el mar perjudica la vida marina. El aumento de la temperatura del mar acelera el metabolismo de los organismos, lo que significa que necesitan más oxígeno para vivir, disminuyendo su concentración en el agua. Este fenómeno puede hacer que partes del océano dejen de ser aptas para la vida marina. Esta no es la única forma en que el oxígeno del mar puede agotarse.
El 80% de los nutrientes del mar provienen de actividades terrestres como el alcantarillado, los residuos industriales y las actividades agrícolas. El exceso de nutrientes genera un proceso llamado «eutrofización», el que provoca crecimientos desmedidos de algas, las cuales al morir se descomponen, eliminando el oxígeno del agua. Así se produce un déficit de oxígeno que da lugar a áreas hipóxicas o zonas muertas, las cuales se han duplicado cada década desde mediados de 1900. Actualmente existen unas 400 zonas muertas en el mundo.
El agua de lluvia, normalmente algo ácida, incrementa su acidez en grados preocupantes con óxidos de azufre, cloro y fluor, entre otros elementos, que al combinarse con el agua forman ácidos que bajan el pH del agua, con consecuencias negativas para las plantas terrestres y los organismos acuáticos. El agua de lluvia es el principal suministrador de acidez a los océanos.
El hombre ha inyectado en la atmósfera 450.000 millones de toneladas de dióxido de carbono, desde la revolución industrial al 2016. La mitad ha ido a los océanos; estos son un sumidero de dióxido de carbono (CO2): mientras más CO2 hay a la atmósfera, mayor cantidad absorben los océanos. Cuando el CO2 entra en contacto con el agua, produce ácido carbónico, provocando la acidificación.
Los océanos son 30% más ácidos de lo que fueron antes de la Revolución Industrial. Las consecuencias de este fenómeno han deteriorado los arrecifes de coral.
La acidificación podría reducir las reservas de carbonatos de calcio en las aguas marinas, en particular el aragonito, una sustancia utilizada por numerosos organismos para construir el caparazón.
Gran parte de las emisiones de CO2 son interpoladas y conservadas por ecosistemas marinos como manglares, pantanos y praderas submarinas. Si se moderara la deforestación terrestre, y se restableciera el equilibrio de los ecosistemas marinos, se reducirían 25% las emisiones, conjurando peligrosos cambios climáticos.
La mitad del calor absorbido por los océanos desde 1865 se ha producido desde 1997. Esto ha convertido a los océanos en una bomba a punto de estallar. El calor almacenado en las superficies oceánicas podría modificar las corrientes marinas y atmosféricas, creando una nueva perturbación en el sistema climático. Un tercio del calor acumulado por los océanos se encuentra en las profundidades, a más de 700 metros.
El calentamiento climático propaga enfermedades en vegetales, animales y seres humanos; amenazando la alimentación del mundo.
Cuando las especies viven fuera de su rango térmico, éstas gastan más energía en respirar, lo cual las debilita y las hace vulnerables a enfermedades, facilitando que otras especies mejor adaptadas obtengan una ventaja competitiva. Además se hace más difícil la reproducción, ya que afecta el desarrollo de las esporas y los huevos. Se genera un efecto en cadena, en donde especies que sirven de alimento a animales mayores comienzan a escasear y estos, a su vez, deben trasladarse a otras zonas para sobrevivir. Finalmente, la migración de peces tiene un efecto sobre los pescadores artesanales.
El aumento de temperaturas en los océanos ha matado arrecifes coralinos a un ritmo récord, lo cual priva a muchas especies de su hábitat natural y al final los lleva al borde de la extinción. No hay duda del hecho que los seres humanos somos la causa de todo esto.
La falta de oxígeno en el mar perjudica la vida marina. El aumento de la temperatura del mar acelera el metabolismo de los organismos, lo que significa que necesitan más oxígeno para vivir, disminuyendo su concentración en el agua. Este fenómeno puede hacer que partes del océano dejen de ser aptas para la vida marina. Esta no es la única forma en que el oxígeno del mar puede agotarse.
El 80% de los nutrientes del mar provienen de actividades terrestres como el alcantarillado, los residuos industriales y las actividades agrícolas. El exceso de nutrientes genera un proceso llamado «eutrofización», el que provoca crecimientos desmedidos de algas, las cuales al morir se descomponen, eliminando el oxígeno del agua. Así se produce un déficit de oxígeno que da lugar a áreas hipóxicas o zonas muertas, las cuales se han duplicado cada década desde mediados de 1900. Actualmente existen unas 400 zonas muertas en el mundo.
El agua de lluvia, normalmente algo ácida, incrementa su acidez en grados preocupantes con óxidos de azufre, cloro y fluor, entre otros elementos, que al combinarse con el agua forman ácidos que bajan el pH del agua, con consecuencias negativas para las plantas terrestres y los organismos acuáticos. El agua de lluvia es el principal suministrador de acidez a los océanos.