Dos pequeños pueblos asentados a lo largo de la línea costera ecuatoriana, protagonistas de dos historias diferentes. Uno viviendo, con no poco esfuerzo, de lo que podía arrancar a la naturaleza; el otro, elegante y sofisticado, empeñado en sacarle provecho a la modernidad.
Subidero, un pueblito pesquero digno y respetable, donde el mal no había echado raíces; con su sencillez y su ingenuidad; con sus penas y alegrías; con sus tradiciones y sus costumbres; con sus apremios y su voluntad de sobrevivir al abandono y a la pobreza. Con su clamorosa inocencia, tan ajena al extraño futuro que el destino le tenía preparado, un futuro que ni el mismo Nostradamus habría podido imaginar.
Subibaja, algo más grande que Subidero, era un moderno y confortable centro turístico, con excelentes servicios de hotelería, restaurantes, cafeterías, cines, agencias de viajes y casinos. La mayoría de sus casas eran de cemento o de madera finamente laqueada en unos casos, o pintada en otros, provistas de coloridos techos de tejas u otros materiales nobles. Tenía algunas torres de departamentos con todas las comodidades de la vida moderna. Las calles se veían limpias y pavimentadas, con esbeltas palmeras en sus parterres. Pero tras ese aspecto de brillantez y modernidad, algo siniestro se insinuaba; algo que era fácil de percibir pero difícil de explicar.
Ahora bien, pese a su disparidad -o tal vez debido a ella -en Subidero y Subibaja se reflejaba lo esencial del drama humano. De un drama que hunde sus raíces hasta lo más profundo del alma humana, y que es el eje temático de este corto pero sugestivo cuento.
Subidero, un pueblito pesquero digno y respetable, donde el mal no había echado raíces; con su sencillez y su ingenuidad; con sus penas y alegrías; con sus tradiciones y sus costumbres; con sus apremios y su voluntad de sobrevivir al abandono y a la pobreza. Con su clamorosa inocencia, tan ajena al extraño futuro que el destino le tenía preparado, un futuro que ni el mismo Nostradamus habría podido imaginar.
Subibaja, algo más grande que Subidero, era un moderno y confortable centro turístico, con excelentes servicios de hotelería, restaurantes, cafeterías, cines, agencias de viajes y casinos. La mayoría de sus casas eran de cemento o de madera finamente laqueada en unos casos, o pintada en otros, provistas de coloridos techos de tejas u otros materiales nobles. Tenía algunas torres de departamentos con todas las comodidades de la vida moderna. Las calles se veían limpias y pavimentadas, con esbeltas palmeras en sus parterres. Pero tras ese aspecto de brillantez y modernidad, algo siniestro se insinuaba; algo que era fácil de percibir pero difícil de explicar.
Ahora bien, pese a su disparidad -o tal vez debido a ella -en Subidero y Subibaja se reflejaba lo esencial del drama humano. De un drama que hunde sus raíces hasta lo más profundo del alma humana, y que es el eje temático de este corto pero sugestivo cuento.