Los anticuerpos tienen su contrario (el realismo), su patria (el sueño), su enemigo (el tiempo) y su objeto clínico (el actor reflejado en el público). Los anticuerpos es una pieza teatral dirigida a seres que son interrogados (cúbicos, no encorsetados, no dirigidos, no terminados, no enunciados) y este interrogatorio es la condición a priori para su propia existencia. Los anticuerpos es la muerte del teatro pero, de qué teatro. Quizás la muerte del teatro sexuado, unitario, real. Claro que se corren riesgos, pues crear en libertad absoluta es atizar la llama. Y Roberto García de Mesa ha procurado, celosamente, arder en su propia fogata productiva sin sumarse a las humaredas (restos) de ningún naufragio hereditario, clasista, partidista, grupal.
Los anticuerpos es una reflexión estética, profunda, sobre las melodías de una vida entera, mínima, la escritura teatral y, como nexo, el espacio poético. Los anticuerpos son personajes que viven en el interior de una botella que es el ojo de una paloma, un ojo liberado del tiempo, un ojo tintado sobre lamparillas de vanguardia.
Los anticuerpos es una reflexión estética, profunda, sobre las melodías de una vida entera, mínima, la escritura teatral y, como nexo, el espacio poético. Los anticuerpos son personajes que viven en el interior de una botella que es el ojo de una paloma, un ojo liberado del tiempo, un ojo tintado sobre lamparillas de vanguardia.