La Teoría de los ocho movimientos habilita el desencuentro como nota anti-discurso para la reflexión. En este sentido, los ocho movimientos, distinguidos por su sobriedad, mantienen una disposición claramente cinematográfica, traspasando cualquier escenario y llegando al lector como una sugerencia, como un apunte onírico en el que se reproduce, literalmente, una situación ya vivida, ya experimentada: las relaciones sociales se convierten, pues, en fragmentos, en declaraciones, en espejismos y padecimientos. Hablamos de visiones cambiantes porque lo que persiguen es anular lo visto y calibrar el otro recorrido, la mínima transformación, la nueva perspectiva fundada en la anécdota.
En estos ocho movimientos descubrimos miradas que se borran en la distancia. Se nos presentan determinados recorridos en los que la luz tenue y el cuerpo son los dos factores cruciales. Sombras de largo alcance, deseos de cambiar lo que el Ser se ha hecho a sí mismo y lo que el Otro ha llegado a pensar (o se supone que ha llegado a pensar) sobre dicho Ser.
Los personajes sobrepasan esa zona intermedia que supone la escritura teatral y juegan con el poliedro de la angustia. Los personajes son autónomos y se pretenden de carne y hueso (porque son de carne y hueso), aunque su «salida a escena» comporte la confusión y el desencuentro, la disolución o indefinición de sus roles y funciones. Desaparece así cualquier indicio de alquimia separatista, de aceptación mágica o trascendente.
En estos ocho movimientos descubrimos miradas que se borran en la distancia. Se nos presentan determinados recorridos en los que la luz tenue y el cuerpo son los dos factores cruciales. Sombras de largo alcance, deseos de cambiar lo que el Ser se ha hecho a sí mismo y lo que el Otro ha llegado a pensar (o se supone que ha llegado a pensar) sobre dicho Ser.
Los personajes sobrepasan esa zona intermedia que supone la escritura teatral y juegan con el poliedro de la angustia. Los personajes son autónomos y se pretenden de carne y hueso (porque son de carne y hueso), aunque su «salida a escena» comporte la confusión y el desencuentro, la disolución o indefinición de sus roles y funciones. Desaparece así cualquier indicio de alquimia separatista, de aceptación mágica o trascendente.