Dicen los entendidos en las cosas de la religión que la teología es la ciencia que explica lo que es Dios, cómo es Dios, lo que le gusta y lo que le desagrada, lo que premia y lo que condena. Esto, más o menos, es lo que dicen los curas y parece que la cosa está clara. Pero el problema que se presenta es que a Dios nadie lo ha visto y nadie sabe cómo es exactamente ese Dios del que habla todo el mundo. Más aún, hay mucha gente que está convencida de que Dios no existe. Sencillamente. Y todo eso de la religión es un invento de los curas y de la gente beata que va a las iglesias. Pues bien, si esto es cierto ¿cómo podemos hablar de teología para explicar, con esa misma "teología", aquello que ignoramos? ¿No es todo eso un disparate y una pérdida de tiempo? La respuesta a estas preguntas se puede hacer de dos maneras. Una, echando mano de las doctrinas y teorías que inventaron los sabios de tiempos antiguos. Otra, recordando los relatos y enseñanzas que se encuentran en los evangelios. La teología de las doctrinas es la teología de los sabios. La teología de los relatos es la teología popular. Esta es la que enseñó Jesús con su ejemplo, sencillamente, con su forma de vivir y, sobre todo, con su relación con los hombres de la religión y con otra mucha gente a la que la religión (la de entonces y la de ahora) ignoraba, maltrataba y hasta condenaba. Así nos explicó Jesús quién es Dios y cómo es Dios, esa teología popular que, en forma de relatos, se encuentra en los evangelios.
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