El hogar de Aura María estaba compuesto por sus padres, Teresa y Gerardo y sus dos hermanos mayores, Iván y Elkin. Residían en uno de los barrios más distinguidos de la ciudad de Marbella. Aparentaban ser una familia feliz pero su tragedia sin límites hubiera inspirado muchísimas novelas de terror.
Mientras cenaban, los miembros de la familia se miraban sorprendidos sin saber qué hacer o decir. En numerosas ocasiones quisieron abandonar la casa pero una fuerza superior a ellos se los impedía. Ni siquiera salían a conseguir el sustento diario, ni a cancelar las cuentas de los servicios públicos o bien a comprar ropa. Lo más curioso desde que comenzó su maldición, con el nacimiento de Aura María, es que cuando deseaban algo, con solo manifestarlo lo tenían al día siguiente. Sus alimentos eran los más exquisitos y deliciosos y ellos no los compraron ni trabajaron para conseguirlos. Si el vestuario ya no servía, decían en alta voz: -Quiero unos pantalones y al amanecer estaban en la habitación de quien los solicitó.
Llevaban años prisioneros en aquella casa. Aunque no se asomaban a la puerta de la calle, su jardín exterior se veía impecable y las flores nunca faltaban.
La vivienda parecía vacía, por eso ninguna persona se tomaba la molestia de tocar en aquella puerta, adornada con un cóndor de bronce.
Aura María, la niña de siete años era hermosísima. Tenía el cabello largo y rubio, sus ojos grandes y azules, su cuerpecito menudo y su piel tan blanca la hacían parecer una muñeca. Esta lindísima chiquilla jamás se tomaba la molestia de mirar hacia el exterior.
Al cumplir los tres meses de existencia Aura María tenía dientes, caminaba, comía sola y miraba tan fijamente a su mamá cuando ésta la regañaba, que la pobre Teresa sudaba gotas de sangre y si la furia de la nena era muy fuerte la mujer se desmayaba. Lo mismo sucedía con su padre y hermanos. La recién nacida parecía tomarlo como un juego porque reía salvajemente al verlos tendidos en el piso sin sentido.
Elkin, el segundo de los hijos de Teresa se hallaba aburrido en su cárcel de cristal. Siempre buscaba la forma de fugarse sin encontrarla. Días después del cumpleaños número siete de Aura María, decidió jugarse el todo por el todo. Esperó a que la familia durmiera para tirarse por una ventana. Desafortunadamente no lo logró porque algo o alguien lo cogió por las piernas fracturándoselas al instante. Desde ese hecho ninguno intentó huir de su destino.
Teresa sabía lo que sucedía en su hogar. Cuando aquella cosa la hizo suya en la aldea danubiana, le dijo que su tercer hijo sería una niña, la cual, con el paso de los años se convertiría en su esposa. Sufrió muchísimo con el nacimiento de sus dos primeros retoños porque al igual que Aura María, descendían del monstruo, pero éstos no eran importantes para el ser horripilante que se había apoderado de sus vidas. Suspiraba tranquila porque eran varones y no hembras, así el desconocido no cumpliría su amenaza. Claro que sus padres, Pablo y Luz María, creían que eran hijos de Gerardo. La familia entera era morena y ella rubia. Quizá alguno de los antepasados tenía los rasgos físicos de Aura María.
Teresa se preguntaba por qué la había elegido a ella y no a otra mujer. Sabía que la única solución a su calvario era asesinar a la niña pero le daba miedo hacerlo. Además, era su hija, sangre de su sangre, aunque su padre fuera aquella cosa. Cuando decidiera ponerle fin a la pequeña, tendría que matarse, de lo contrario, el ser que habitaba en la casa acabaría con ella sin piedad.
Mientras cenaban, los miembros de la familia se miraban sorprendidos sin saber qué hacer o decir. En numerosas ocasiones quisieron abandonar la casa pero una fuerza superior a ellos se los impedía. Ni siquiera salían a conseguir el sustento diario, ni a cancelar las cuentas de los servicios públicos o bien a comprar ropa. Lo más curioso desde que comenzó su maldición, con el nacimiento de Aura María, es que cuando deseaban algo, con solo manifestarlo lo tenían al día siguiente. Sus alimentos eran los más exquisitos y deliciosos y ellos no los compraron ni trabajaron para conseguirlos. Si el vestuario ya no servía, decían en alta voz: -Quiero unos pantalones y al amanecer estaban en la habitación de quien los solicitó.
Llevaban años prisioneros en aquella casa. Aunque no se asomaban a la puerta de la calle, su jardín exterior se veía impecable y las flores nunca faltaban.
La vivienda parecía vacía, por eso ninguna persona se tomaba la molestia de tocar en aquella puerta, adornada con un cóndor de bronce.
Aura María, la niña de siete años era hermosísima. Tenía el cabello largo y rubio, sus ojos grandes y azules, su cuerpecito menudo y su piel tan blanca la hacían parecer una muñeca. Esta lindísima chiquilla jamás se tomaba la molestia de mirar hacia el exterior.
Al cumplir los tres meses de existencia Aura María tenía dientes, caminaba, comía sola y miraba tan fijamente a su mamá cuando ésta la regañaba, que la pobre Teresa sudaba gotas de sangre y si la furia de la nena era muy fuerte la mujer se desmayaba. Lo mismo sucedía con su padre y hermanos. La recién nacida parecía tomarlo como un juego porque reía salvajemente al verlos tendidos en el piso sin sentido.
Elkin, el segundo de los hijos de Teresa se hallaba aburrido en su cárcel de cristal. Siempre buscaba la forma de fugarse sin encontrarla. Días después del cumpleaños número siete de Aura María, decidió jugarse el todo por el todo. Esperó a que la familia durmiera para tirarse por una ventana. Desafortunadamente no lo logró porque algo o alguien lo cogió por las piernas fracturándoselas al instante. Desde ese hecho ninguno intentó huir de su destino.
Teresa sabía lo que sucedía en su hogar. Cuando aquella cosa la hizo suya en la aldea danubiana, le dijo que su tercer hijo sería una niña, la cual, con el paso de los años se convertiría en su esposa. Sufrió muchísimo con el nacimiento de sus dos primeros retoños porque al igual que Aura María, descendían del monstruo, pero éstos no eran importantes para el ser horripilante que se había apoderado de sus vidas. Suspiraba tranquila porque eran varones y no hembras, así el desconocido no cumpliría su amenaza. Claro que sus padres, Pablo y Luz María, creían que eran hijos de Gerardo. La familia entera era morena y ella rubia. Quizá alguno de los antepasados tenía los rasgos físicos de Aura María.
Teresa se preguntaba por qué la había elegido a ella y no a otra mujer. Sabía que la única solución a su calvario era asesinar a la niña pero le daba miedo hacerlo. Además, era su hija, sangre de su sangre, aunque su padre fuera aquella cosa. Cuando decidiera ponerle fin a la pequeña, tendría que matarse, de lo contrario, el ser que habitaba en la casa acabaría con ella sin piedad.