Es significativo que, de entre los libros de caballerías quemados por el cura en el Quijote, Cervantes salvara, el Amadís de Gaula, el Palmerín de Inglaterra y el Tirante el Blanco, al que llama «el mejor libro del mundo». Aun con el sentido paródico que tienen los libros de caballerías en la obra de Cervantes, la alusión
es reveladora.
El Tirant lo Blanc está escrito en un tiempo en que la tradición de los caballeros medievales está en declive, y por un escritor-caballero también un tanto anacrónico. Pero este anacronismo se refiere al mismo tema caballeresco, y no al tratamiento formal, al ámbito internacional de los sucesos o a la ironía y humor de la obra de Martorell, en la que se dan visos de un realismo y un vitalismo personalista (como en Ausiàs March) que precede a la llamada novela moderna. En este sentido, uno de los signos de modernidad en esta novela es que el héroe tiene rasgos humanísimos (en virtudes y en defectos) y que no alcanza sus proezas por la intervención de fuerzas maravillosas, sino por su propia valía y su propio esfuerzo. Además, en el libro se dan lances del todo prosaicos y cómicamente lamentables, como, por ejemplo, el episodio en el que, repentinamente, Tirant se rompe una pierna al saltar de una ventana tras una noche de amor con su amada Carmesina, o aquel en que el temible Quirieleison de Montalbán, a punto de ver cumplida su venganza, cae muerto preso de su propio ataque de ira.
Al mismo tiempo que Constantinopla cae en manos de los turcos y la sensación de fin de una época se extiende, esta novela ensalza al héroe Tirant lo Blanc de Roca Salada (Tirante el Blanco de Roca Salada), un bretón quien, tras numerosas hazañas caballerescas y episodios amorosos y mundanos, acaba restableciendo el orden de la civilización, lo que supone más un deseo nostálgico que una loa encendida.
El libro se inicia con el nombramiento de caballero del héroe en unos fastos reales en Inglaterra (la influencia del Guy de Warwich es aquí evidente).
Más tarde, haciendo escala en Sicilia y acompañado por el infante Felipe, hijo del rey de Francia, Tirant emprende viaje a Rodas para defenderla de los genoveses. Después prosigue su aventura en la Corte de Constantinopla, a la que acude para librarla de los turcos y donde se producen una serie de divertidos chismes amorosos y desinhibidas peripecias eróticas, muchas de ellas con la intervención de la alcahueta llamada irónicamente Plaerdemavida (Placerdemivida). También conquista Tirant el amor de Carmesina, hija del emperador.
Más tarde, y tras vencer con gran sagacidad a los turcos, Tirant llega a las costas tunecinas de África (empujado por la inclemencia de los elementos, ya que habría preferido estar con Carmesina) y realiza nuevas conquistas, esta vez de territorios y almas. Luego regresa a Constantinopla, la vuelve a liberar de los turcos y se casa con su amada, convirtiéndose en una suerte de rey... Sin embargo, súbitamente, la gloria conseguida se acaba al morir Tirant, afectado de una extraña enfermedad parecida a un simple enfriamiento, tras lo cual Carmesina muere de pena. Este abrupto final, como otros sucesos que acontecen de la manera más inesperada en la novela, no dejan de dar un tono humorístico incluso al mismo héroe, cuestión verdaderamente nueva en la narrativa occidental conocida hasta entonces.
es reveladora.
El Tirant lo Blanc está escrito en un tiempo en que la tradición de los caballeros medievales está en declive, y por un escritor-caballero también un tanto anacrónico. Pero este anacronismo se refiere al mismo tema caballeresco, y no al tratamiento formal, al ámbito internacional de los sucesos o a la ironía y humor de la obra de Martorell, en la que se dan visos de un realismo y un vitalismo personalista (como en Ausiàs March) que precede a la llamada novela moderna. En este sentido, uno de los signos de modernidad en esta novela es que el héroe tiene rasgos humanísimos (en virtudes y en defectos) y que no alcanza sus proezas por la intervención de fuerzas maravillosas, sino por su propia valía y su propio esfuerzo. Además, en el libro se dan lances del todo prosaicos y cómicamente lamentables, como, por ejemplo, el episodio en el que, repentinamente, Tirant se rompe una pierna al saltar de una ventana tras una noche de amor con su amada Carmesina, o aquel en que el temible Quirieleison de Montalbán, a punto de ver cumplida su venganza, cae muerto preso de su propio ataque de ira.
Al mismo tiempo que Constantinopla cae en manos de los turcos y la sensación de fin de una época se extiende, esta novela ensalza al héroe Tirant lo Blanc de Roca Salada (Tirante el Blanco de Roca Salada), un bretón quien, tras numerosas hazañas caballerescas y episodios amorosos y mundanos, acaba restableciendo el orden de la civilización, lo que supone más un deseo nostálgico que una loa encendida.
El libro se inicia con el nombramiento de caballero del héroe en unos fastos reales en Inglaterra (la influencia del Guy de Warwich es aquí evidente).
Más tarde, haciendo escala en Sicilia y acompañado por el infante Felipe, hijo del rey de Francia, Tirant emprende viaje a Rodas para defenderla de los genoveses. Después prosigue su aventura en la Corte de Constantinopla, a la que acude para librarla de los turcos y donde se producen una serie de divertidos chismes amorosos y desinhibidas peripecias eróticas, muchas de ellas con la intervención de la alcahueta llamada irónicamente Plaerdemavida (Placerdemivida). También conquista Tirant el amor de Carmesina, hija del emperador.
Más tarde, y tras vencer con gran sagacidad a los turcos, Tirant llega a las costas tunecinas de África (empujado por la inclemencia de los elementos, ya que habría preferido estar con Carmesina) y realiza nuevas conquistas, esta vez de territorios y almas. Luego regresa a Constantinopla, la vuelve a liberar de los turcos y se casa con su amada, convirtiéndose en una suerte de rey... Sin embargo, súbitamente, la gloria conseguida se acaba al morir Tirant, afectado de una extraña enfermedad parecida a un simple enfriamiento, tras lo cual Carmesina muere de pena. Este abrupto final, como otros sucesos que acontecen de la manera más inesperada en la novela, no dejan de dar un tono humorístico incluso al mismo héroe, cuestión verdaderamente nueva en la narrativa occidental conocida hasta entonces.