Tobogán blanco es la tercera novela de Gabriel Peveroni y transcurre en una ciudad de Montevideo tan alucinada como las de La cura (1997) y El exilio según Nicolás (2004).
Dos amigos secuestran a una amiga muy cercana en una demencial noche que abre la historia hacia territorios insospechados que van y vienen en el tiempo y en sucesivas traiciones amorosas. Un ensayo sobre la muerte después de la muerte, sobre la imposibilidad de desaparecer completamente, que construye un juego teatral de autodestrucción acompasado por el declive de un sorprendente tobogán.
"Una novela como un plano inclinado para que el lector se deslice. Al fin del
recorrido, como en los toboganes de los parques infantiles, un círculo de polvo
abre la boca monstruosa. El lector queda advertido: la creación, más que
ninguna otra, es una droga dura".
(Rafael Courtoisie)
"Un diálogo al borde del abismo. Como dos hablantes-dialogantes ascendiendo el Himalaya o bajando a la maternal lava del Vesubio. Un girar del lenguaje hasta sus últimas consecuencias... ¿Una novela sin paisaje? Sí. ¿Una novela sin personajes? Sí: una novela con personas-máscaras que hablan. Una novela parlante".
(Eduardo Darnauchans)
"Gabriel Peveroni (Montevideo, 1969) es novelista, poeta y sobre todo dramaturgo. Su obra Groenlandia es tal vez una de las más conocidas, premiada en Uruguay, estrenada también en Nueva York, y lo ubica dentro del nuevo teatro sensorial, irracional, caótico (y en realidad, más bien, absurdo) que en los últimos lustros empezó a crecer en el Río de La Plata. Tobogán blanco tiene en común con Groenlandia la obsesión por la búsqueda de lo perdido y una frase central de la obra de teatro que Nico repite: “un escenario vacío está más cerca de Dios”. Sin lugar a dudas, el juego constante dentro de Tobogán blanco entre la narración y el guión, entre la novela y el teatro, le da un encanto muy particular que resulta inevitable asociar con Manuel Puig, algo a mitad de camino entre Maldición eterna... y El beso de la mujer araña, con el paralelo entre el diálogo y las películas. La destreza de Gabriel Peveroni para fundir recursos, para enredar historias, la sencilla forma en que todo se va mezclando y deslizando hacia el final, resulta definitivamente deliciosa".
(Ezequiel Acuña)
Dos amigos secuestran a una amiga muy cercana en una demencial noche que abre la historia hacia territorios insospechados que van y vienen en el tiempo y en sucesivas traiciones amorosas. Un ensayo sobre la muerte después de la muerte, sobre la imposibilidad de desaparecer completamente, que construye un juego teatral de autodestrucción acompasado por el declive de un sorprendente tobogán.
"Una novela como un plano inclinado para que el lector se deslice. Al fin del
recorrido, como en los toboganes de los parques infantiles, un círculo de polvo
abre la boca monstruosa. El lector queda advertido: la creación, más que
ninguna otra, es una droga dura".
(Rafael Courtoisie)
"Un diálogo al borde del abismo. Como dos hablantes-dialogantes ascendiendo el Himalaya o bajando a la maternal lava del Vesubio. Un girar del lenguaje hasta sus últimas consecuencias... ¿Una novela sin paisaje? Sí. ¿Una novela sin personajes? Sí: una novela con personas-máscaras que hablan. Una novela parlante".
(Eduardo Darnauchans)
"Gabriel Peveroni (Montevideo, 1969) es novelista, poeta y sobre todo dramaturgo. Su obra Groenlandia es tal vez una de las más conocidas, premiada en Uruguay, estrenada también en Nueva York, y lo ubica dentro del nuevo teatro sensorial, irracional, caótico (y en realidad, más bien, absurdo) que en los últimos lustros empezó a crecer en el Río de La Plata. Tobogán blanco tiene en común con Groenlandia la obsesión por la búsqueda de lo perdido y una frase central de la obra de teatro que Nico repite: “un escenario vacío está más cerca de Dios”. Sin lugar a dudas, el juego constante dentro de Tobogán blanco entre la narración y el guión, entre la novela y el teatro, le da un encanto muy particular que resulta inevitable asociar con Manuel Puig, algo a mitad de camino entre Maldición eterna... y El beso de la mujer araña, con el paralelo entre el diálogo y las películas. La destreza de Gabriel Peveroni para fundir recursos, para enredar historias, la sencilla forma en que todo se va mezclando y deslizando hacia el final, resulta definitivamente deliciosa".
(Ezequiel Acuña)