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    Tres mujeres: La recompensa, Prueba de un alma, Amores romÁ”nticos

    Por Jacinto Octavio Picón

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    ¿De qué nació el afecto que aquellas dos muchachas se profesaban? Primero, del misterioso engranaje formado por las semejanzas y diferencias que existían en sus caracteres. En bondad de corazón y lucidez de inteligencia, eran iguales; de modo que podían quererse y estimarse. Segundo, en lo vario de sus genios, de suerte que mutuamente se buscaban, deseosas, por instinto, de hallar a sus facultades contraste y complemento. Susana era bulliciosa y alegre; Valeria, tranquila y melancólica; la ligereza y vivacidad de una hallaban compensación y freno en la sensatez y reposo de otra: lo que al parecer debiera separarlas era precisamente lo que les unía. Pero aún estaba su amistad asentada en fundamento más firme. Susana, por demasiado convencida de su hermosura, era de condición tan altiva, que se había hecho antipática a todas sus compañeras: Valeria, amargada del abandono y olvido en que vivía, y sin que aquel amargor se convirtiera en envidia, consideraba como un peligro su belleza, no alardeaba de bonita, sentía la incertidumbre de lo por venir, y privada de esperanzas, era humilde. Desde que se conocieron fue la sola compañera de Susana capaz de escuchar, sin sonreír burlonamente, sus primeros arranques orgullosos, propios de señorita mimada por la naturaleza y la fortuna, llegando a ser la única confidente de sus ambiciosas ilusiones. No las compartía, pero no las ridiculizaba. Susana hallaba en ella un corazón amigo, que aun contrariándola, mostraba comprenderla, distante por igual de la adulación y de la envidia; porque en la humildad de Valeria no había sombra de bajeza. Ni ella la hubiera tolerado, pues era tan altiva a lo grande e incapaz de pretender que le atribuyesen cualidades que le faltaban, como celosa de que se reconocieran las que estaba segura de tener. Valeria era sincera sin dureza y cariñosa sin lisonja, armonizándose por ello las condiciones morales de ambas, en tal grado, que no hubiera podido precisarse cuál valía más, si la orgullosa cuando sabía ceder, o la humilde cuando sabía imponerse. Milagros del corazón, que dobla lo fuerte y se somete a lo débil. Llegado el domingo, fue el tutor de Susana a visitar a su pupila, la cual, después de referirle lo que ocurría, le dijo en sustancia, poco más o menos, lo siguiente
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