a transformación experimentada por la industria editorial y los sistemas de información y comunicación en los últimos años, con una intensa migración de lo analógico a lo digital, nos obliga a repensar
la forma en que concebimos los documentos, la lectura y la escritura, la creación y la investigación, tanto desde una perspectiva científica como desde una perspectiva cultural. Las tecnologías digitales están articulando nuevas mediaciones, que es preciso analizar para efectuar un diagnóstico de la situación actual y verificar los cambios experimentados en nuestras prácticas.
El mundo electrónico provoca una triple ruptura: instaura una nueva técnica de difusión de la escritura, propicia una nueva relación con los textos e impone a estos una nueva forma de inscripción. Además, obliga al lector a prescindir de las herencias y tradiciones que lo han constituido como receptor, ya que el mundo electrónico ya no utiliza la imprenta, ignora el «libro unitario» y es ajeno a la materialidad del «códex». Es, al mismo tiempo, una revolución de la modalidad técnica de la reproducción de lo escrito, una revolución de la percepción de las entidades textuales y una revolución de las estructuras y formas más fundamentales de los soportes de la cultura escrita. Por otra parte el texto electrónico rompe la linealidad argumentativa propia del discurso impreso, sustituida por una lógica propia del hipertexto. En este sentido se produce igualmente una mutación epistemológica provocada por la transformación de los sistemas de construcción y acreditación del discurso científico, confiado en muchos casos a la iniciativa del lector. Al mismo tiempo la permeabilidad del texto electrónico, en el cual la intervención de los lectores es cada vez más importante, introduce una variable determinante en los conceptos de autoría y de propiedad intelectual.
El rápido traslado del mundo de los átomos al mundo de los bits, por utilizar la célebre dicotomía de Negroponte («Being Digital»), ha producido una completa transformación en todos los órdenes de la existencia, cada vez más sometida a la porosidad digital. Y es en los sistemas de lecto-escritura donde estos cambios se han experimentado con mayor radicalidad. La migración de un sistema a otro en el ámbito de la información va dejando relevantes ejemplos en estos últimos años, como los representados por el abandono definitivo de lo impreso de obras emblemáticas de la cultura occidental, como las Enciclopedias «Britannica y Universalis», o la vertiente cada vez más electrónica de cualquier iniciativa educativa. Las grandes compañías editoriales especializadas en educación han lanzado numerosas propuestas de aplicaciones y productos únicamente ejecutables en un contexto digital.
Se trata de un mundo de trasvases donde los préstamos de lo analógico a lo digital siguen siendo muy importantes, desde la representación de los libros electrónicos hasta la propia articulación de la cadena de valor del libro en el que perviven elementos de carácter tradicional que tienden a desaparecer, pero que aún alimentan algunas de las fases de desarrollo del ciclo de producción-distribución-recepción. En cierto modo, nos encontramos en un estadio en el que el caos, el desorden, se erigen como una nueva categoría: decenas de iniciativas emprendidas, además, por empresas fuera del ámbito editorial, con propuestas imaginativas sometidas a la prueba de la refutación dada las debilidad de la fronteras de acceso al ámbito digital, conviven con sistemas aquilatados y probados en su eficiencia. Un estadio en el que a la confusión, propia de las fases de tránsito, se le une la aceleración inherente al universo digital, un «tempus» interno caracterizado por el encadenamiento, sin solución de continuidad, de innovaciones y conceptos que agitan, permanentemente, las aguas, siempre inquietas, de los distintos segmentos profesionales y de investigación.
Un mundo también de continuidades y discontinuidades, donde lo impreso pivota sobre al
la forma en que concebimos los documentos, la lectura y la escritura, la creación y la investigación, tanto desde una perspectiva científica como desde una perspectiva cultural. Las tecnologías digitales están articulando nuevas mediaciones, que es preciso analizar para efectuar un diagnóstico de la situación actual y verificar los cambios experimentados en nuestras prácticas.
El mundo electrónico provoca una triple ruptura: instaura una nueva técnica de difusión de la escritura, propicia una nueva relación con los textos e impone a estos una nueva forma de inscripción. Además, obliga al lector a prescindir de las herencias y tradiciones que lo han constituido como receptor, ya que el mundo electrónico ya no utiliza la imprenta, ignora el «libro unitario» y es ajeno a la materialidad del «códex». Es, al mismo tiempo, una revolución de la modalidad técnica de la reproducción de lo escrito, una revolución de la percepción de las entidades textuales y una revolución de las estructuras y formas más fundamentales de los soportes de la cultura escrita. Por otra parte el texto electrónico rompe la linealidad argumentativa propia del discurso impreso, sustituida por una lógica propia del hipertexto. En este sentido se produce igualmente una mutación epistemológica provocada por la transformación de los sistemas de construcción y acreditación del discurso científico, confiado en muchos casos a la iniciativa del lector. Al mismo tiempo la permeabilidad del texto electrónico, en el cual la intervención de los lectores es cada vez más importante, introduce una variable determinante en los conceptos de autoría y de propiedad intelectual.
El rápido traslado del mundo de los átomos al mundo de los bits, por utilizar la célebre dicotomía de Negroponte («Being Digital»), ha producido una completa transformación en todos los órdenes de la existencia, cada vez más sometida a la porosidad digital. Y es en los sistemas de lecto-escritura donde estos cambios se han experimentado con mayor radicalidad. La migración de un sistema a otro en el ámbito de la información va dejando relevantes ejemplos en estos últimos años, como los representados por el abandono definitivo de lo impreso de obras emblemáticas de la cultura occidental, como las Enciclopedias «Britannica y Universalis», o la vertiente cada vez más electrónica de cualquier iniciativa educativa. Las grandes compañías editoriales especializadas en educación han lanzado numerosas propuestas de aplicaciones y productos únicamente ejecutables en un contexto digital.
Se trata de un mundo de trasvases donde los préstamos de lo analógico a lo digital siguen siendo muy importantes, desde la representación de los libros electrónicos hasta la propia articulación de la cadena de valor del libro en el que perviven elementos de carácter tradicional que tienden a desaparecer, pero que aún alimentan algunas de las fases de desarrollo del ciclo de producción-distribución-recepción. En cierto modo, nos encontramos en un estadio en el que el caos, el desorden, se erigen como una nueva categoría: decenas de iniciativas emprendidas, además, por empresas fuera del ámbito editorial, con propuestas imaginativas sometidas a la prueba de la refutación dada las debilidad de la fronteras de acceso al ámbito digital, conviven con sistemas aquilatados y probados en su eficiencia. Un estadio en el que a la confusión, propia de las fases de tránsito, se le une la aceleración inherente al universo digital, un «tempus» interno caracterizado por el encadenamiento, sin solución de continuidad, de innovaciones y conceptos que agitan, permanentemente, las aguas, siempre inquietas, de los distintos segmentos profesionales y de investigación.
Un mundo también de continuidades y discontinuidades, donde lo impreso pivota sobre al