¡Qué fastidio mi hermano Pablo me ha dejado la habitación hecha un desastre! Ya sé lo que andaba buscando. Seguramente dinero para irse otra vez de juerga con sus amigos. No puedo hacer nada ya por él. Por más que he intentado que siente la cabeza no hay manera. Ni estudia, ni trabaja, ni quiere ayudarme en la librería que nuestro abuelo nos legó de herencia. Mis padres le han dejado por imposible y al jubilarse los dos siendo maestros se dedican a viajar por todo el mundo. Si yo pudiera haría lo mismo pero en el fondo me da mucha pena dejar solo a Pablo. Es verdad que está pasando por una época de atolondramiento y en parte la culpa sea de la educación que ha recibido. Todos le hemos consentido demasiado. Alejandro y Luisa, mis padres, nos tuvieron con demasiada edad y no supieron bien educarnos. Yo soy la mayor y tengo veinte años, mi díscolo hermano diecisiete y su única preocupación en la vida es pasárselo en grande. Ni siquiera terminó el bachillerato y le importa bien poco pensar en el futuro, dice que para qué va a seguir estudiando si lo suyo será vender libros como hago yo en estos momentos y que ya tendrá tiempo cuando sea más viejo. Ahora toca disfrutar, gastar el dinero que le dan mis padres todos los meses incluido lo que me saca a mí y si no intenta vender alguna cosa de valor para seguir gastando. No tiene ni pizca de sentido común, bebe, fuma, cada día aparece por la librería del brazo de una joven distinta. No se centra en nada, ni en nadie y ya le puedes aconsejar que mire por su bienestar que él hará oídos sordos. A veces me dan ganas de vender la casa donde los dos vivimos, repartirnos el dinero y si te he visto no me acuerdo.
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