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    UN TREN PARA RACHEL (Relatos Románticos y Fantásticos nº 11)

    Por Ana Martínez de la Riva Molina

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    CAPÍTULO I

    A través de la ventana de mi dormitorio, miro a lo lejos, las vías del tren se pierden en el infinito… Mi padre es el maquinista, lleva de un pueblo a otro a los pasajeros de nuestra comunidad. Hoy es su último trayecto. Hace dos semanas, recibió una carta donde le comunicaban su cese en el trabajo. Le ha llegado la edad de jubilación.

    Toda la vida he vivido en la casa de la estación de un pueblecito muy pequeño en el norte de Europa. Es muy modesta, tiene dos habitaciones muy sencillas. Cada una con su cama individual y con la colcha de estampados de mariposas. La mía en tonos rosas y la de mi padre en azul. Las cortinas hacen juego.

    Tenemos un lavamanos y un espejito muy pequeño encima de una cómoda para poner mi cepillo de pelo y mi agua de colonia. Miro mi reflejo mientras me peino, mi cabello es muy largo, castaño claro, con alguna guedeja más rubia. Lo recojo en una coleta alta, la ato con un lazo de raso blanco.

    Mis mejillas están coloradas del calor del fuego de la chimenea, está encendida todo el día, hace muchísimo frío siempre. Nieva a menudo, estamos en invierno y la nieve cubre las vías del tren, siempre ayudo a mi padre para despejarlas.

    El aire frío corta mi piel, tengo que aplicarme un ungüento de grasa para que no me aparezcan grietas. Los ojos ámbar me brillan por la humedad de las lágrimas contenidas, dentro de poco tendremos que dejar la casita para el nuevo maquinista. Estoy muy triste porque todo lo que hasta ahora he conocido debo dejarlo.

    No sabemos a dónde iremos, el único pariente que tenemos se encuentra a miles de kilómetros. Es un tío muy viejo, de mi pobre madre que murió cuando me dio a luz y no llegué a conocerla. El hombre nos manda postales todos los años por las navidades. Nosotros también le escribimos, aunque nunca le hemos conocido. Nos hubiera gustado visitarle, pero no disponemos de mucho dinero para viajar tan lejos y mi padre debe estar en la estación, supervisando los trenes, sus horarios y su mantenimiento…

    Voy a cambiarme de ropa antes de la llegada del último tren, quiero estar muy arreglada para cenar y despedirnos de la estación. Deseo que nuestros últimos recuerdos los vivamos con alegría.

    Me pongo un vestido muy sencillo, el más nuevo que poseo, es azul marino, con las mangas abombadas y cerradas en el puño, con una puntilla blanca de encaje con los botones de nácar. El cuello tiene forma de caja y es muy cerrado haciendo juego con las mangas largas, la cintura la adorno con un cinturón de raso blanco como mi lazo del pelo.

    Soy muy delgada y alta, no hace falta que me ponga zapatos de tacón, los llevo muy cómodos y cerrados por el clima tan frío. Cuando salgo fuera, utilizo unas botas forradas de piel. El largo del vestido me tapa el calzado.

    Intento poner una sonrisa, mis labios son rojos y algo gruesos, mis dientes resaltan de los blancos que son. La nariz es recta. Tengo los pómulos marcados de lo delgada que estoy.

    No como mucho, el dinero nos llega justo para sobrevivir, ayudo a mi padre en todo lo que puedo y me encargo de tener la casita muy arreglada.

    Parece que ya llega, el traqueteo del tren hace temblar las paredes.

    Bajo corriendo las escaleras.

    La mesa ya está dispuesta.

    Con todo mi cariño preparo la mejor vajilla que tenemos. Cocino la comida preferida de mi padre, carne asada con patatas y alcachofas. El vino ya está servido en las copas, el pan cortado y el postre, una tarta de chocolate, reposa en la cocina. Unas velas encendidas, junto con la chimenea, dan un aspecto muy acogedor a nuestra salita de comedor.

    Antes de la llegada de mi padre, me dispongo a recibirlo con unos besos en la mejilla y a colgarle el abrigo. Su ropa de vestir la he dejado en su dormitorio. Tiene agua caliente en la palangana para asearse, deseo que se sienta contento.


    Cuando está cerca de la entrada de la estancia, escucho una conversación, viene hablando con otro hombre. Me quedo parada al verlo, es j
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